A ver, que levante la mano aquel que esperase que el jueves entrase en la cárcel el condenado Urdangarín, culpable, según sentencia pendiente del Tribunal Supremo, del afanamiento de seis millones de euros de dinero público abusando de su condición de marido de infanta Cristina. Esto es España, lo que quiere decir que nadie, absolutamente nadie, confiaba en que así sucediese. Pero tampoco esperaba un trato tan descarado, un fallo tan benévolo: ni fianza, ni retirada del pasaporte, como solicitaba el fiscal, nada, el tipo puede irse a su casa de Suiza y bastará con que se presente una vez cada mes al consulado español.Pues, que bien. Un poco más y sale a hombros, aunque salió sonriente y cínico entre los gritos a los que ya debe estar acostumbrado este advenedizo de "chorizo" y "ladrón". Ahora, a esperar lo que dicte el órgano máximo de la justicia, que presumiblemente tardará entre uno y tres años es hacerlo, como es lo normal.Y mientras, Urdangarín a vivir como si nada pasase ni hubiese pasado.

A quien la amable decisión ha beneficiado notablemente ha sido a su socio Diego Torres, que fue su mano derecha, pero que, convertido en fácil chivo expiatorio, ha tragado con la condena mayor, aunque por contra el fiscal pedía para él menos años de cárcel que para el ex duque. No obstante es obvio que solo podían dejarle en libertad, pues lo contrario hubiese sido demasiado, sin fianza pero con retirada del pasaporte, pues parece ser que aquí si existe riesgo de fuga, al contrario que sucede con Urdangarín, tal vez porque su esposa goce, por ser quien es, de policías de escolta. Y otros que tampoco se espera que vayan a parar entre rejas, al menos de inmediato, son Blesa y Rato los ex-presidentes de Bankia, condenados a seis y cuatro años de prisión por el uso de las tarjetas black, lo mismo que el resto, unos más y otros menos, de los beneficiarios del inmenso chollo. Pero lo que dice el verso clásico español: que siempre vive con grandeza quien hecho a grandeza está. La cárcel es para otros, aunque la ley, según tanto se dice y repite, sea igual para todos, y no haga distingos entre los delincuentes.

Mala cosa será que el desencanto y el rechazo que producen la clase política, tanto los de un lado como los de otro, pues pocas dudas caben a estas alturas de que todos son iguales y van a lo mismo, llegue a extenderse totalmente a la justicia, en la que todavía hay quienes creen, o quieren creer, porque se necesita creer en algo. Pero la misma crispación que se registra entre sus profesionales conlleva a esas pobres expectativas. El fiscal de Murcia que entendía el caso del imputado presidente de aquella región, Pedro Antonio Sánchez, que se niega a dimitir, apoyado por Rajoy, se ha quejado tras su traslado, de recibir presiones. "No se puede perseguir mas a los fiscales que a los corruptos", ha declarado de manera rotunda. Y recientes están igualmente las quejas del juez Castro, que tuvo la honradez y el coraje de sentar en el banquillo a la infanta, y del fiscal Horrach que pedirá al Supremo más años de cárcel para Urdangarín y penas de prisión también para los absueltos de Valencia. Mientras, el presidente del Gobierno y del PP dice lo de siempre: que respeta a la justicia.