Aunque parezca mentira, se dice que hubo un tiempo en el que no existió desempleo en España, allá por los años 50 y 60 del pasado siglo. Las circunstancias, por supuesto, no podían ser más distintas, en un país que tras la guerra civil, y dentro del aislamiento, la autarquía y la pobreza más absolutas, hubo que volver a poner en funcionamiento sectores tan fundamentales como el campo y la industria, lo que requirió mano de obra inmediata. La población era la mitad de la actual, aproximadamente, y la mujer apenas se había incorporado aún al mundo laboral. Los parados, entonces, igual que ahora, solo tenían la opción de irse a trabajar al extranjero, cruzando el charco, muchos, o camino de una Europa a la que el Plan Marshall apoyaba decididamente en su reconstrucción tras la contienda mundial. Se calcula que un millón de paisanos, familias enteras en bastantes casos, cruzaron la frontera con Francia, para sobrevivir e incluso ahorrar para un regreso al que nadie renunciaba.

Cuando volvían, con un dinero muy esforzado y sudado, obtenido a base de horas de trabajo y privaciones, siempre contaban, sin excepciones, lo que se ganaba en el extranjero, muchísimo más que en España, pero igualmente lo tremendamente cara que era allí la vida en cuanto a artículos básicos, si bien luego resultaba bastante más barata en productos como los automóviles, mercado floreciente y próspero en Europa mientras en España era un objeto de deseo y lujo limitado a las marcas que construía Seat en Barcelona y Fasa en Valladolid, convertidas en grandes polos industriales a los que había llegado ya el éxodo masivo de la emigración interior, y donde puede que fuese más difícil ahorrar pero donde resultaba más barata y cómoda la existencia, sobre todo por el idioma.

Desde entonces, en España nunca ha dejado de haber desempleo, como una lacra social inextinguible, ni siquiera en los tiempos de la prosperidad y las vacas gordas como los años que ya en el siglo actual precedieron a la gran crisis de la que cuesta tanto salir. Los movimientos migratorios habían dado la vuelta y por el contrario eran los habitantes de otros países quienes llegaban masivamente al nuestro, atraídos por las muchas ofertas de trabajo, principalmente en la construcción. Hasta que se produjo el crack, el globo se deshinchó, y de repente, con un mal gobernante, Zapatero, que no supo ver lo que se le venía encima, y luego otro, Rajoy, que no supo poner los remedios adecuados, España batió todos sus récords históricos y pasó a ser el país europeo con mayores índices de paro.

Se volvió donde se solía, porque no quedaba otro remedio: a la emigración, mientras buena parte de los inmigrantes retornaban a sus lugares de origen. Es una diáspora diferente, si se quiere, más preparada, más joven, más ambiciosa, procedente también de las zonas mas desfavorecidas y despobladas y que no piensa tanto en la vuelta. Porque, en la Union Europea, los salarios son casi un 40 por ciento de media superiores, y los precios similares, en general. Solo Portugal y los países del este cuentan con sueldos inferiores a los españoles. Ni siquiera es el consuelo del mal de otros.