aunque pocas cosas hay tan anodinas e indolentes como un miércoles de febrero, las cortinas de niebla que ayer cruzaban sobre la autopista, celando o descorriendo el sol y transfigurando el paisaje, removían algo el ánimo. Todo iba así, cuando, al acercarme a los cables de alta tensión que volaban sobre la calzada, creí ver en ellos un pentagrama, y en ese momento tres cuervos que jugueteaban en el aire pasaron a hacerlo entre los cables, como si fueran corcheas en aquel papel pautado. Pasando ya bajo los cables y los cuervos, imaginé que éstos habían dejado allí las notas de una melodía, y aunque ésta se había perdido para siempre desde el mismo momento de nacer, no había razón para descartar que se tratase de un regalo. Con esto la faz anodina e indolente del miércoles de febrero comenzó a cambiar, como si también quisiera imaginarse en otro lugar de la estación y volar de la casilla.