Las recientes noticias sobre la central nuclear de Santa María de Garoña, el fracking, el petróleo burgalés de La Lora, la subida de la luz, los problemas de la minería del carbón y un largo y ancho etcétera han vuelto a traer a colación la necesidad de definir claramente qué se quiere hacer con la energía y por qué camino circularemos en el futuro. Es decir, que el Gobierno, el Parlamento y la sociedad digan por qué energía apuestan y cuáles son las ventajas e inconvenientes de tal decisión. Lo contrario será permanecer en una ambigüedad que solo puede ocasionar problemas y más problemas, gastos e incertidumbre. El debate tendría que haberse abierto hace años, pero, como suele ocurrir, lo urgente y lo ruidoso desplazan a lo importante, a lo de mayor peso. Nos jugamos más el porvenir hablando de los líos internos de Podemos, del PSOE, Ciudadanos o el PP que optando por una u otra solución energética. Y así nos va.

Las nuevas generaciones no saben, afortunadamente para ellas, qué eran el candil, la lucilina, las lamparillas de aceite, el carburo o los hachones. Desde hace décadas, con dar al interruptor ya está todo resuelto. ¿Para qué preocuparse de más si la vitrocerámica y los enchufes arreglan cualquier apuro o trámite cotidiano, llámese hacer una pizza o cargar las tablets, el Iphad y los adelantos venideros? Pero la electricidad sale de algún sitio, cuesta, reclama sus tributos económicos, medio ambientales y sociales, guarda en su seno peligros y amenazas? Y, claro, hay que tomar partido, o, al menos, discutir la cuestión, poner en la balanza pros y contras.

Lo que no parece muy de recibo es que queramos mantener el nivel de vida actual mientras, por unas razones o por otras, rechazamos las fuentes de donde salen las energías que nos permiten tal grado de comodidad.

Vayamos a lo concreto. La mayoría de los partidos del arco parlamentario rechazan la energía nuclear. Gran parte de la sociedad civil también parece ir por idéntica senda. Perfecto, pero ¿por qué energía sustituimos la que procede de las nucleares? Si Francia cerrase de repente sus plantas atómicas y sus cementerios de residuos, ¿cómo no las arreglaríamos aquí? ¿O es que estamos dispuestos a renunciar a las ventajas de dar a un botón y que se enciendan bombillas, focos, cocinas y hasta trenes de alta velocidad?

Sigamos adelante. Cada vez que se proyecta un pantano con su correspondiente central hidroeléctrica se alzan voces y más voces de protesta. Que si se destruye el hábitat de este o aquel animal, que si van a desaparecer colonias de murciélagos, alondras o sapos cancioneros, que si se pierde biodiversidad, que si variará el clima?

De acuerdo, pero vuelvo a las preguntas de antes: ¿con qué sustituimos esa energía o aceptamos menos confort, más frío invernal, adiós al aire acondicionado, neveras desenchufadas?

Tercer capítulo: también hay mucha gente que se opone a las térmicas, a las que producen energía quemando carbón. Que si contamina en exceso, que si destruye la capa de ozono, que si la polución con CO2 mata a tantos miles al año en las ciudades?

Venga, suprimamos las térmicas aunque todos los mineros se queden en paro (ya casi lo están) y aunque se deserticen, aun más, comarcas otrora boyantes. Cerremos en Castilla y León las térmicas de Compostilla, Anllares, La Robla, Velilla del Río Carrión. Ya está. Y ahora preparémonos para protestar por cortes de luz, escasez, subidas de precios? (Casi todo lo anterior vale asimismo para el gasoil y demás combustibles)

Otro escalón: muchos de los que han protestado contra las tres energías anteriores consideran que la solución reside en las solares y las eólicas, las limpias. De acuerdo también, pero, por lo que dicen los expertos, son más caras. ¿Estamos dispuestas a pagarlas sin rechistar?, ¿aceptaremos sin más la proliferación de molinos y placas?, ¿cuántas protestas ha habido ya porque estos artilugios destruyen el paisaje o generan ruidos o son trampas para las aves?

Como suele ocurrir en todos los órdenes de la vida, la solución no es única ni excluyente, sino que puede venir de varios lugares. Pero es imprescindible que los gobiernos tomen decisiones y se aclaren y que la sociedad presione y haga oír su voz. Y que sea consciente, que lo seamos todos, de que no es fácil mantener las comodidades actuales si rechazamos todo o casi todo. Hagan la prueba: pregunten a quienes se oponen a nucleares, hidroeléctricas, combinadas, térmicas, etc si, a cambio, renunciarían, por falta de luz, a la tele, el ordenador o cualquier otro cacharro. A ver qué le dicen.