Desde el minuto uno de su elección se sabía que Donald Trump propiciaría infinidad de noticias. Cuando no es el muro entre Estados Unidos y Méjico es la foto de su hija favorita sentada en el sillón presidencial del Despacho Oval o alguna barbaridad relacionada con la inmigración en la que tiene puesto el punto de mira, dispuesto siempre a disparar y no precisamente salvas de bienvenida.

Cuántas veces hemos dicho, desde su toma de posesión el pasado enero, que Donald Trump está loco y si no lo está, lo parece. Pues bien, un grupo de expertos en salud mental alertan de la "grave inestabilidad emocional" que a su juicio presenta mister Trump, presidente de los Estados Unidos de América. En esas condiciones no se puede presidir un país, ni el más ni el menos poderoso del mundo. En esas condiciones hay que ingresar al afectado en un centro para tal menester. Si la inestabilidad emocional la tuviera el millonario, el empresario, el excéntrico Donald Trump, allá él y su familia. Pero es que el problema lo tiene el presidente norteamericano.

Psiquiatras, psicólogos y trabajadores sociales firman una carta enviada al periódico The New York Times, en la que afirman, entre otras muchas cosas de enjundia, que "el discurso y las acciones del señor Trump demuestran una incapacidad para tolerar opiniones diferentes a las suyas, lo que le lleva a reacciones de rabia". Cualquiera le lleva la contraria al rubio este de bote. La rabia le lleva a firmar de inmediato decretos inasumibles. En cuanto tiene un "brote" todo el mundo se entera porque sus decretos los firma a la luz de las cámaras de los medios de comunicación que tanto odia, especialmente si de la prensa escrita se trata.

A raíz de esta noticia no sé qué pensarán los ciudadanos norteamericanos, pero es para echarse a temblar. Según los expertos citados las acciones y el discurso de Donald Trump lo hacen "incapaz de servir con seguridad como presidente". Nada peor que el vilo en el que te mantienen los inseguros. Lo cierto es que cuando firma uno de esos decretos, sale a la palestra en twitter o se dirige a la nación, parece mostrar aplomo. Un aplomo en realidad inexistente. Lo suyo es puro exhibicionismo más que convicción, que firmeza tantas veces sustituida por la rudeza de que hace gala hasta para soltarle la mano a su encantadora esposa Melania.

De su notable incapacidad para empatizar ya nos habíamos dado cuenta durante la campaña en la que, equivocadamente, le dimos por perdedor. Quienes sí se muestran firmes y seguros y se están mojando bien mojados son los actores de Hollywood y cantantes, especialmente los hispanos. Son minoría los miembros del starsystemque aplauden sus bravatas y salidas de tono. La respuesta de Donald a todos ellos es siempre la misma: "y tú más".

Los expertos piensan que hay demasiado en juego como para permanecer callados en una especie de silencio cómplice que no beneficia a nadie. Para más inri, en un líder poderoso, es probable que estos ataques aumenten. Y es que, según los estudiosos del tema, las personas con los rasgos de Trump distorsionan la realidad para adaptarla a su estado psicológico. Sabiendo lo deteriorado y volátil que es el tal estado en el presidente norteamericano, hay que ponerse en lo peor.