La Unidad Militar de Emergencias, cuyo trabajo tanto admiro, ha estado las últimas semanas luchando contra los incendios que han puesto en jaque a Chile. No hay que olvidar que la situación llegó a ser dantesca, con más de 150 fuegos simultáneos, la gran mayoría de ellos fuera de control. La situación fue tan tremenda que las autoridades del país sudamericano pidieron ayuda expresa tanto al Gobierno de España como a la Unión Europea.

El Consejo de Ministros español no se durmió en los laureles, aprobando el despliegue de un destacamento de 56 militares de la UME para que se desplazaran de forma inmediata al país andino. No es la primera vez que la UME sale fuera de nuestras fronteras en misiones de apoyo internacional desde su creación. En Haiti, Nepal y Ecuador conocen sobradamente la soberbia labor de esta unidad digna de los más grandes reconocimientos. A veces no logro entender, dada la labor que desarrollan, que haya tanta cicatería para con todos aquellos corazones que laten bajo la piel de su uniforme.

En días pasados, los militares españoles regresaban rumbo a España para lo que debían tomar un avión en el aeropuerto de Santiago de Chile. A su paso por la terminal se produjo un acto espontáneo por parte de los pasajeros que aguardaban la salida de sus vuelos. Entre ¡bravos!, y otras muchas expresiones de admiración y gratitud, todos los chilenos que se encontraban en el aeropuerto, se giraron hacia esos hombres y mujeres que pertrechados con sus enseres, vistiendo el traje de faena, con esa boina amarilla que les identifica y que yo guardo en miniatura en la vitrina que, en el salón de mi hogar, atesora los objetos más queridos, comenzaron a ovacionar a los militares españoles, agradeciéndoles el trabajo realizado. La ovación fue de tal calibre que incluso amortiguaba el ruido que produce el motor de los aviones.

Es de bien nacidos ser agradecidos y los chilenos que se encontraban en el aeropuerto, adultos, jóvenes y niños, lo demostraron con creces. Todos unieron sus manos en un largo aplauso que sonó al unísono, mientras las muestras de gratitud se sucedían. Y fue espontáneo. Y nadie hizo una indicación, ni les obligó, ni les dijo qué era lo que debían hacer a su paso. Les salió del alma. En las caras de los presentes se reflejaba la gratitud por el trabajo bien hecho, por el ejemplo que el destacamento de la UME ha dado a lo largo y ancho de arduas semanas de trabajo luchando contra unos fuegos que se resistían incluso a la pericia de estos hombres que saben cómo hacerle frente con profesionalidad y valentía.

El primero en enviarme el video porwhatsapp fue mi amigo Manu Peñalosa. Con posterioridad tuve la oportunidad de verlo en el telediario y a ratitos lo vuelvo a visionar para disfrutar de esos minutos, que se me antojan demasiado cortos, en los que una sociedad bien nacida da sobradas muestras de su respeto y gratitud. Desde esta ventana de papel vaya para todos ellos mi aplauso de reconocimiento y cariño extensivo al jefe, el general Miguel Alcañiz Comas, gran periodista y excelente militar. Mi abrazo, como no puede ser de otra manera, tiene calor de manta zamorana.