Son muchos los historiadores que afirman que Viriato, el célebre caudillo lusitano, nació en Torrefrades, lo confirman algunas tradiciones recogidas en el mismo pueblo y en otros limítrofes, hay varios nombres de lugares de la comarca de Sayago y diversas costumbres alusivas a Viriato.

En el pueblo de Torrefrades existió una casucha que el vulgo llamó de Viriato, aunque es poco probable que tal casa datase de época tan lejana, pudiera ser que aquel lugar fuese el sitio donde antiguamente estuviese la verdadera. Esta casa tendría unos noventa pies de superficie, estaría formada por piedra sin labrar y toscamente colocada. En la casa se reunían los antiguos procuradores del Partido de Sayago. Sobre la puerta de esta casa hubo un letrero que decía: "Año de 1784, se reedificó este palacio de "BIORIATOS", por mandato de Francisco Ribera siendo Procurador".

Viriato llevaba ya cerca de diez años de incesantes luchas contra los romanos, y desconfiando a la vez de algunos de sus compañeros, decidió enviar al cónsul tres emisarios proponiendo la ratificación de la paz y encargó de esta comisión a tres de sus capitanes llamados Aulaco, Ditalco y Minuro. Aprovechó ladina y miserablemente el cónsul la ocasión para deshacerse de tan temible enemigo. Llenó de dádivas y ofrecimientos a los mandatarios, proponiéndoles que asesinaran a Viriato, prometiéndoles que la República premiaría debidamente tan importante servicio.

Aceptada la proposición, regresaron al campamento contando que se había ratificado la paz. Pero, cuando el caudillo lusitano estaba durmiendo en la tienda sin centinela ni guardia, que nunca quiso, diéronle de puñaladas dejándole muerto sobre su propio lecho.

Gran duelo produjo este suceso en el campo lusitano, donde al día siguiente se le hicieron exequias entre lágrimas y muestras de afecto. Appiano Alejandrino detalla las exequias de Viriato diciendo: "Hicieron una gran hoguera donde pusieron el cuerpo de Viriato armándole con sus más ricas armas y aderezado de otros grandes atavíos. Mataron también muchas reses y pusieronlas allí en honra suya con él. Entre tanto, muchos escuadrones de gentes de a pie y a caballo andaban corriendo alrededor de la hoguera y celebrando sus grandes loores. Quemado su cuerpo, cogieron sus cenizas para enterrarlas. En todo mostraban a porfía el grande amor que a Viriato tenían y el recuerdo que de su persona les quedaba.

Cuando los traidores asesinos de Virato fueron a solicitar la recompensa ante el Cónsul romano, fueron ejecutados, y ahí queda la célebre frase "Roma no paga traidores".