Sabido es que España es uno de los principales destinos elegidos por los daneses para disfrutar del sol. Por los daneses, por los alemanes, por los británicos, por muchos franceses e italianos y ya del resto de nórdicos ni le digo. España es el país favorito de todos ellos para tomar el sol, para comer, para beber y para pasárselo bomba. Cuanto más del norte son, más crudos nos llegan. Blancos como la leche. Llegan crudos y se vuelven a Dinamarca y al resto de países del norte de Europa, a la plancha o a la brasa como el pulpo que cocina mi amigo Jonathan Garrote. Como en sus países de origen apenas ven el sol y cuando lo ven no 'tuesta' como tuesta el sol español, se alquilan la tumbona playera, extienden la toalla del hotel y, ¡hala!, a achicharrarse vivos.

Ese achicharramiento tiene consecuencias. A ellos les falta la melanina que a nosotros nos sobra y si encima no se ponen crema con un alto índice de protección o se guarecen en horas punta a la sombra de una sombrilla, el problema se agudiza. Y, ¿cuál es el problema? se preguntará usted, pues ni más ni menos que el cáncer de piel, el terrible melanoma. Lo cierto es que sólo en Dinamarca cada día muere un danés por cáncer de piel. No es que nos echen directamente la culpa a los españoles pero sí nos han pedido árnica.

Los españoles somos un pueblo solidario. No creo que haya un solo español que se niegue a no prestar ayuda efectiva a un danés, después del cariñoso SOS que nos han lanzado desde aquel país. Pero, a ver, ¿cómo distinguimos a un danés de un sueco, un noruego o un británico? ¿Cómo podremos prestarnos a ayudarles sin saber si vamos o no a meter la pata? A mí me ha conmovido la petición: "Querida España, Dinamarca necesita su ayuda. Los daneses amamos su país, sin embargo hay un problema, el fuerte sol daña nuestra delgada piel. Ustedes ya tienen bastante con lo suyo, pero les rogamos respetuosamente su apoyo. Ayuden a un danés al sol". Tendremos que aventurarnos aunque metamos la pata.

Lo que no se puede hacer es llegar y querer besar el santo. Es decir, tragarse todo el sol mediterráneo o atlántico en una sola jornada sin respetar ese horario que fundamentalmente aconsejan los dermatólogos para evitar lo que hasta la fecha los daneses no han sabido evitar a tenor de la dura estadística. Lo que deberían de hacer en su país de origen es informarse de los peligros que puede tener una abundante acumulación de radiación ultravioleta. Ese rojo cangrejo que los nórdicos en general adquieren tras una larga jornada de exposición al sol no augura nada bueno. Llegan con tanta ansia de sol, dispuestos a cambiar la leche de su piel por un café solo o a lo sumo largo de café con leche que, al final, cuando regresan a su país de origen tienen que apechugar con un diagnóstico nada favorable.

No sé usted, pero yo estoy dispuesta a ayudar no a uno sino a todos los daneses que se me pongan a tiro, pero ya digo, deberán ayudar un poco, o bien llevando la banderita de su país en el bolso playero, en el bañador, en el bikini o con el pasaporte abierto en la boca. Y si no que con crema bronceadora se pinten en la frente: "Yo soy danés" Facilitarán mucho las cosas a los que como servidora queremos ayudarles a que no se lleven la terrible sensación de que España quema.