En la obra que escribió el valenciano Guillem de Castro, entre 1605 y 1615 se pone de manifiesto la fuerte personalidad de aquel guerrero legendario que se atrevió a enfrentarse a su rey e incluso a hablar con arrogancia al Papa cuando éste preguntó al rey Fernando si quería ser investido emperador de España. La obra está inspirada en el ciclo de romances sobre Rodrigo Díaz de Vivar cuya idea central es la gestación del héroe desde su mocedad hasta que alcanzó su máximo encumbramiento.

Vemos al Cid como un muchacho arrogante, soberbio y orgulloso, en ocasiones hasta irrespetuoso con su rey Fernando. Rodrigo , admirado por la infanta doña Urraca y por doña Jimena, es armado caballero con todos los honores en Zamora, en la Iglesia de Santiago el Viejo por el rey Fernando I de Castilla y su hija doña Urraca.

Poco después , el ya anciano padre de Rodrigo, Diego Laínez, sufre la afrenta deshonrosa de una bofetada por parte del arrogante Conde Lozano. padre de Jimena. Diego Laínez pide a su hijo que limpie su honra matando al Conde Lozano. El joven Rodrigo cumple con el mandato de su padre y mata al padre de doña Jimena, con lo que arruina la posible unión con la que estaba enamorado.

Rodrigo se va a casa de Jimena y le ruega que le quite la vida vengando con ello a su padre, pero la joven se siente incapaz de hacerlo. Sin embargo, la influencia de Jimena ante el rey provoca que Rodrigo sea castigado y parte a buscar fortuna ganando batallas ante cuatro reyes moros, que lo reconocen como "mío Cid", o sea "mi señor". Uno de los reyes musulmanes es enviado como heraldo ante el rey de Castilla y el propio Fernando I adopta el apelativo de Cid.

Continúa Jimena pidiendo castigo para el Cid y sus quejas se expresan con los versos del romance de "Doña Lambra", plagados de imágenes líricas que comparan al Cid con un gavilán y a ella con una paloma. Mientras tanto el Cid ha emprendido peregrinación a Santiago, a quién ofreció sus victorias. El de Vivar aparece con un rosario en la mano y es puesto a prueba por un leproso que, al parecer, resultó ser San Lázaro. El santo le insufla su aliento divino y predice su futuro como héroe invicto y ganador de batallas después de muerto. El mismo Lázaro le ordena volver ante el rey para defender un combate en justa singular. El Cid vence y obtiene como premio la mano de doña Jimena con la que consuma su unión y culmina el encumbramiento del héroe castellano.