Corralito? No, que va: es para patos, gallinas, ovejas y cabras. Lo que nos están aplicando es una pocilga.

Y era de esperar: después de que la cantidad máxima que legalmente se podía pagar en efectivo bajase a los 3000 euros , ahora la han vuelto a reducir hasta los 1000. El pretexto es el de siempre: luchar contra el fraude fiscal, el blanqueo de capitales y la financiación del terrorismo.

Lo que pasa es que algunos, muchos, no nos creemos ni una palabra y hasta dudamos de la legalidad de esta medida.

En primer lugar, el dinero es un medio legítimo de pago, y hacer que los primeros veinte billetes de 50 euros sean legales, para convertirse en ilegales cuando se les añade un billete más, es dudoso como poco. ¿Emite ese dinero la autoridad competente? Sí. ¿Se supone que es válido para pagos públicos y privados? Sí. ¿Y cómo es que pierde esa validez por encima de una cierta cifra? Difícil de explicar.

La respuesta más graciosa que me dieron a este razonamiento es que el dinero es como el humo, que viene a ser legal por debajo de un límite, y pasa a ser ilegal cuando lo supera. Bien, maravilloso: la naturaleza del dinero es su toxicidad y su presencia contamina. ¿Quién iba a pensarlo?

Fuera de estas bromas, porque como bromas las tomo, lo cierto es que, a mi entender, detrás de la prohibición del uso del dinero en efectivo hay otras razones mucho más inquietantes.

En primer lugar, obligarnos a todos a tener cuenta bancaria, pagar las comisiones correspondientes por el mantenimiento, pagar las comisiones de las tarjetas, pagar las comisiones de las transferencias y pagar las comisiones de los cheques. ¿O no les parece raro que los bancos hayan callado como meretrices ante el anuncio de la medida? Callan porque hacen caja, y mucha, convirtiéndonos a todos en clientes cautivos, sujetos por la correa de la transferencia y la tarjeta de plástico.

En segundo lugar, con el actual manejo de la información, saber cuánto gastamos, en qué, a qué hora y dónde, ofrece un cuadro completo de lo que somos, nuestros intereses, nuestras aficiones y todas y cada una de las facetas de nuestra vida. ¿Saben cuánto pueden pagar las grandes multinacionales por esa información? ¿Saben lo que le puede interesar a cualquier Gobierno o a cualquiera que quiera saberlo todo de nuestra intimidad?

El fin del dinero en efectivo es el fin de la libertad. Si la propiedad privada es la mitad de la ley, como dicen los anglosajones, la privacidad es la mitad de la libertad. Y entre Google y estos campeones de la opresión, nos están dando bien por saco.

Pero miramos a Trump?.