Un año más, y van 31, pasaron los Goya del cine español, con algunas variantes leves sobre el mismo tema, sin pena ni gloria en realidad, lo cual no deja de ser algo. Pero dado que aquí no pasa nunca nada, o casi nunca -y mejor que no pase porque cuando pasa no suele ser bueno precisamente- la entrega de los premios se convierte en una especie de acontecimiento nacional.

Por la emoción no será, porque en cada edición siempre se sabe quienes serán los galardonados, sin apenas opciones a las sorpresas que desde luego en esta ocasión no se han producido. Luego, todo queda en la expectativa acerca del desarrollo del espectáculo. Que a la postre y aunque se aseguró que duraría menos para resultar menos pesado fue tan largo y soporífero como siempre: tres horas, demasiado para el cuerpo ante una oferta tan pobre y anodina. Un tedio tradicional.

Por no haber, ni siquiera hubo esta vez reivindicaciones, aunque tampoco faltaran las ironías, las puyas y las bromas y chistes: el inevitable Trump, el inevitable Rajoy que no ha visto ninguna de los films nominados -lo mismo que millones de españoles- la cultura, los impuestos del cine, el mensaje feminista y demás tópicos al uso. Pero todo a medio tono, como si no se quisiera molestar a nadie. A lo mejor es que se ha tomado consciencia de que el cine es mayormente una industria, y solo en muy raras ocasiones pasa a ser el séptimo arte. Una industria subvencionada.

Como presentador y por tercer año consecutivo, Dani Rovira, el protagonista de "Siete apellidos vascos", muy criticado en las dos ocasiones anteriores, con bastante razón, y que, ya experimentado, quiso mostrarse como más discreto, con menor protagonismo y con un humor entre el sarcasmo y la cruda simpleza de ambigua gracia. No acaba de cuajar y queda demasiado visto ya. En cuanto a la puesta en escena, la única novedad, en realidad, fue la orquesta, que ocupaba demasiado espacio en un escenario angosto pero que se mostró útil, al menos, para servir de aviso a aquellos premiados que se pasaban de tiempo en sus intervenciones queriendo imitar el mal ejemplo de los Oscar hollywoodienses que, en el fondo, aunque no tanto en la forma, son igual de cutres.

La estatuilla cabezona para la mejor película se la llevó el actor Raul Arévalo que debutaba como director con este trhiller que ha conseguido las mejores críticas. Como soy de los que no ve cine español, será el único premio Goya que veré, más que nada por el género. Pero el film acaparador de galardones que siempre acostumbra a haber fue el de un realizador ya prestigiado Juan Ignacio Bayona con "Un monstruo viene a verme" que está funcionando muy bien en taquilla además. Otro premio merecido: el de Ana Belén como reconocimiento a su labor, aunque tampoco es que haya hecho mucho cine, y el de la estupenda Emma Suárez a la mejor actriz.

Por lo demás, ambiente más distendido, el ministro de Cultura y otros políticos, con Pablo Iglesias como estrella principal una vez más, y la larga alfombra roja para unas fotos de escaso glamour.