Las medidas adoptadas por la nueva Administración norteamericana han puesto en guardia a todas las economías. Y no es para menos, cuando Donald Trump parece dispuesto a llevar a la práctica todas las promesas de campaña y que suponen la ruptura del compromiso de EEUU con el crecimiento mundial durante las últimas décadas. El afán proteccionista que abandera el nuevo inquilino de la Casa Blanca trastoca las relaciones comerciales y representa la violación de acuerdos internacionales que ninguno de sus predecesores, incluyendo Ronald Reagan, se atrevió siquiera a sopesar.

Toda una carta de presentación de las intenciones de un mandatario que ha puesto voz a millones de norteamericanos decepcionados con el poder establecido y a quien, por lo visto durante estos días, no le tiembla el pulso ni se arredra ante la ola de protestas internas y el creciente malestar externo.

Cierto es que también podemos estar asistiendo a la puesta en escena de una persona mediática, que ha batido el récord de acuerdos adoptados por un presidente estadounidense durante su primera semana de gobierno. Donald Trump carece de ataduras políticas y no se siente acosado por la influencia de determinados grupos de presión, lo que, unido al momento dulce en el que se ha producido el relevo presidencial (economía en crecimiento, una tasa de paro controlable y una moneda fuerte), favorece los vientos huracanados que aviva desde el despacho oval.

¿Cómo afectará todo ello a Castilla y León? Esta es la pregunta que durante estos días se hacen muchos ciudadanos, especialmente los empresarios que tienen al lado del Atlántico una parte importante de sus negocios o que aspiran a tenerla. Debemos, para empezar, partir de un hecho innegable: la tendencia alcista de las exportaciones regionales hacia Estados Unidos desde 2006. Ahora ya es el noveno país receptor de los productos castellanos y leoneses, por detrás de siete países de la UE y de Turquía. Y aunque el volumen de las exportaciones no alcanzan los 400 millones de euros anuales, lo sustancial en este aspecto es el progresivo peso del mercado norteamericano en el comercio exterior de las compañías de la Comunidad.

Dicho esto, lo fácil sería abogar por un razonable repliegue a raíz de la llegada de Trump, pero nada más lejos de la realidad. Es obvio que habrá que hacer un ejercicio de adaptación a una situación ciertamente atípica, pero de ahí a ponernos la venda antes que la herida va un enorme trecho.

Hay varios indicadores para sostener esto último. Por un lado, Estados Unidos es un país con cerca de 340 millones de habitantes, de los que 53 hablan español. EEUU supone el 30% de transacciones comerciales mundiales, lo que corrobora que es un país altamente consumista y, por tanto, de enorme interés para la internacionalización empresarial. Basta decir que la última medición económica sobre el consumo en EEUU (tercer trimestre de 2016) arrojó casi 11.600 billones de dólares -cifra récord en las últimas seis décadas- para reforzar ese mensaje de oportunidad a pesar de la tempestad. No olvidemos tampoco que Trump es un presidente con mentalidad empresarial y, por ello, cabe animar a que la lógica precaución no se convierta al final en una contraproducente retirada, máxime cuando la industria norteamericana está muy diversificada y es punta de lanza en materia tecnológica.

La calidad de los productos españoles en general y la de los de Castilla y León, en particular, son una referencia mundial, una etiqueta consolidada y una marca difícil de batir en el contexto internacional. Y si a todo eso sumamos la unidad de acción entre organizaciones empresariales y administraciones púbicas tendremos ganada una parte fundamental de la batalla y, sobre todo, habremos vencido el miedo, que no deja de ser el peor aliado comercial.