En estos tiempos, ya no podríamos cantar aquella vieja canción inmortal de la infancia: "Ahora que vamos despacio/vamos a contar mentiras/ tra la ra/vamos a contar mentiras". Y no podríamos por muchas razones. La primera porque ya no vamos despacio a ninguna parte; siempre andamos con prisas, sin tiempo para nada, estresados, sin disfrutar de esos instantes tranquilos que se aproximan a lo que debe de ser la felicidad. Y la segunda, y fundamental, porque ya no existen las mentiras, han desaparecido. Bueno, no es que hayan desaparecido (troleros los ha habido, hay y habrá siempre, algunos con ingenio y gracia), sino que, en la actualidad, se llaman posverdades, así como suena. Y parece que el personal lo ha aceptado, o, al menos, se ha resignado al invento y ya ni se enfada, ni protesta ni rechaza estos ataques a su dignidad.

De modo que la canción de marras es toda una posverdad. "Por el mar corren las liebres/ por el monte las sardinas/ tra la ra". A ver: ¿por qué no pueden correr las liebres por el mar y las sardinas por el monte si lo dicen miles de seguidores en Twiter y otros miles en Facebook y quizás hasta haya videos que ya tienen millones de adeptos y son lo más visto en doscientos planetas a la redonda?, ¿qué importa que los imágenes hayan sido manipuladas o que los mensajes no respondan a la realidad? Si un líder dice, y las redes sociales lo potencian, que las liebres andan entre las aguas y las sardinas entre las retamas es que es así. Y punto. O sea una posverdad asumida, aceptada, difundida y que, como dice el adagio, va a misa.

Sigamos con la copla: "Me encontré con un ciruelo/ cargadito de manzanas/tra la ra/ empecé a tirarle piedras/ y caían avellanas/tra la ra". ¿Dónde está escrito que los ciruelos no puedan dar manzanas, que se convierten en avellanas en cuanto reciben un cantazo? En ninguna parte. Eso de que los ciruelos solo den ciruelas es cosa de los antiguos, algo obsoleto, pasado de moda, batallitas del abuelo. En estas épocas de avances, progresos e imposibles, los ciruelos dan, y sin necesidad de injertarlos, todo aquello que queramos: manzanas, avellanas, melones y hasta calabazas. ¿Qué esto parece un trola más grande que el ego de la madrastra de Blancanieves? Por favor, señor, un respeto, no me sea usted un carroza atrasado: estamos ante una posverdad de libro. Y así sucesivamente.

Las mentiras (perdón, las posverdades) son tan viejas como el mundo, pero nunca habían alcanzado tal grado de peligrosidad social. Antes, una mentira era una mentira y como tal se valoraba. Había prevención hacia ellas. Y rechazo. Y hasta generaban personajes literarios (¿qué es el pícaro más que la sublimación del mentiroso? y refranes ( "se pilla antes a un mentiroso que a un cojo"). Y acumulaban sinónimos en el diccionario: embeleco, engaño, falacia, falsedad, gazapo, superchería, bola, buco, cuento, embuste, enredo, paparrucha, patraña, timo, trola, arana, martingala, estafa, trampa?

Sin embargo, ahora ya no hay ni alarma ni animadversión hacia las trolas y los troleros. ¿Por qué? Sencillamente, porque no existen. Son creadores, divulgadores, propagadores de las posverdades, o sea de engaños sobre engaños. Y están de moda. Parece como si se hubiese iniciado una carrera universal para ver quién miente más y quién camufla mejor sus embustes. De momento, van ganando Donald Trump y su entorno, pero no se fíen; en esto como en casi todo acaba habiendo más papistas que el Papa e imitadores que dejan pequeño el original.

Precisamente del señor Trump y de sus colaboradores ha surgido otra de las grandes, y vistosas, novedades de nuestros días: los llamados "hechos alternativos" como explicación de lo que no fue pero que nos gustaría que hubiera sido. Es decir, otra mentira adobada. Y si cuela, cuela. Siempre habrá ingenuos que se la traguen y adeptos que se la crean como verdad inamovible y estén dispuestos a defenderla a muerte. Un portavoz de Trump dijo que había habido tanta gente en la toma de posesión del nuevo presidente USA como en la de Obama. Cuando, a través de fotos comparativas, le hicieron ver que no era así, el susodicho no reconoció su error o su patraña, sino que calificó el asunto como "hecho alternativo" y se mantuvo en sus trece. Hasta hoy. Y lo que te rondaré morena, porque a ese episodio han seguido otros similares e, incluso, más graves. ¡Y pensar que quién así actúa es el hombre más poderoso del mundo con acceso al maletín nuclear! Para tener insomnio.

Así que ya saben: si se enfadan con alguien no lo llamen mentiroso; alaben sus posverdades y guárdenle respeto y devoción. Llevarán mucho adelantado.