E l Fondo Monetario Internacional (FMI) avisa a España de que el 20% más rico de su población gana siete veces más que el 20% más pobre. Eso se llama desigualdad y en España se ha hecho tan grande que se ve desde Washington. Es objetiva: la señalan igual los hombres de negro que los chicos de morado. Mientras leo esa noticia en una página web salta el rugido de un anuncio de Jaguar, que no atañe al 20% que gana siete veces menos que el otro 20%. Aquí yace el 20% de España, murió del otro 20.

Intermon Oxfam sitúa España como la nación de la OCDE donde más creció la desigualdad desde el inicio de la crisis, sólo por detrás de Chipre y superando en 14 veces a Grecia. La desigualdad está detrás del descontento español porque provoca la sensación de que la crisis ha sido la oportunidad de unos pocos a costa de muchos sin que se haya hecho nada para corregirlo. Emerger de esa crisis con empleos precarios y mal pagados no ayuda.

Cuando los sociólogos hablaban del ascensor social en España en las últimas seis décadas parecían describir el de una casa bien. Al principio, el ascensor -solo de subida, recuérdese- era lento, con verja metálica, caja de madera y cristal y banco para la madre de la viuda del cuarto derecha. El servicio y las mercancías subían por la escalera. A partir del desarrollismo, la casa bien tenía ascensor y montacargas, que daba a la puerta de servicio, y el portero distribuía los tráficos. El ascensor social iba lleno, en el límite del peso del montacargas, más cómodos unos que otros, pero subía. En la crisis se descolgó el montacargas. Se ven las luces de colores de la fiesta de la terraza pero hay gente que no puede meterse en el portal para guarecerse de la lluvia. El FMI advierte de la desigualdad, pide que se mantengan las reformas laborales y que se suban el IVA y los impuestos ambientales. Quiere seguir advirtiendo.