El pasado 9 de enero fallecía Zygmunt Bauman, el sociólogo y filósofo polaco de origen judío que dedicó buena parte de su vida a poner en el punto de mira las deficiencias de lo que denominó "modernidad líquida". Bauman alerta en su obra acerca de una sociedad basada en lo temporal, en el efecto inmediato y en las emociones más que en las ideas sólidas, los sentimientos racionales y la dimensión moral del ser humano.

El consumismo aparece como el paradigma más palpable de esta modernidad del aquí y ahora. La cultura del consumo -criticada igualmente por el Papa Francisco- se basa en una serie de valores volátiles, endebles, donde cada individuo trata de satisfacer su necesidad de felicidad en el corto plazo a través de la adquisición de bienes materiales: "con nuestro culto a la satisfacción inmediata, muchos de nosotros hemos perdido la capacidad de esperar".

Pero el concepto va más allá de lo económico, e incluso podemos encontrar relaciones entre Benedicto XVI (encíclica "Deus caritas est") y lo que Bauman bautiza como "amor líquido", refiriéndose a la fragilidad de las relaciones humanas en la sociedad moderna del individualismo. Igualmente, el polaco usa el término licuar para poner en relieve la tendencia moderna de desvirtuar, desvincular y banalizar, que podría derivar en coger de algo los elementos que nos resultan cómodos y desechar el resto ("¡no licúen la fe!", rogaba Francisco en su primera Jornada Mundial de la Juventud).

El miedo al miedo, la ausencia de una base sólida de principios y el predominio de las relaciones virtuales frente a las relaciones reales y humanas protagonizan el marco de la sociedad moderna que vivimos y constituyen lo que no deja de ser un reto para todos: "la cultura líquida moderna ya no siente que es una cultura de aprendizaje y acumulación, como las culturas registradas en los informes de historiadores y etnógrafos. A cambio, se nos aparece como una cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido".