Y o aprendí a escribir con plumilla y tintero. De ahí vengo, de aquella caligrafía un poco japonesa en la que el trazo se adelgazaba o se ensanchaba en función de que presionaras más o menos sobre el papel. Nunca pensé que habíamos sido un poco japoneses hasta que viajé a Tokyo y comprobé que allí, al aprender a escribir, haces sin darte cuenta un master en diseño. Muy duro. De hecho, Japón tiene una de las tasas de suicidios más altas del mundo entre los jóvenes. Y no es casual que la mayoría se quite la vida el 1 de septiembre, que es el día de la vuelta al colegio. Nosotros no nos suicidábamos, me pregunto por qué. Quizá porque ni se nos pasaba por la cabeza. Éramos pobres de todo, también de ideas. De modo que ahí estábamos, inclinados sobre el pupitre, con la punta de la lengua fuera, trazando signos alfabéticos occidentales con técnicas que, sin saberlo, venían del oriente. En vez de cortarnos las venas, nos desangrábamos a través de la tinta, dejándonos la vida en cada mayúscula.

Nuestra existencia se dividió entre antes y después del bolígrafo. Y es que de súbito, un día se nos apareció ese raro instrumento en cuya punta había una bola diminuta que distribuía la tinta sin riesgo de borrones. Contaban que se trataba de un invento militar que había hecho el viaje desde los cuarteles a la realidad doméstica. A través de su carcasa transparente (la del Bic Cristal) se apreciaba el vaso sanguíneo donde se acumulaba el plasma y cuyo nivel iba bajando a medida que hacíamos cuentas y escribíamos dictados. Según la leyenda, con la cantidad de tinta contenida en cada bolígrafo se podía hacer una raya cuya longitud equivalía a la distancia existente entre la Tierra y la Luna. Nunca lo comprobamos.

Durante muchos años, no escribí con otra cosa que con el Bic Cristal. Mis primeras novelas, cuyos manuscritos conservo, le deben media vida a este bolígrafo. Ahora, entras en la papelería y hay tantos modelos para elegir que uno se queda absurdo. Yo los pruebo todos, pero al final recaigo en el Bic, que me arrancó de una infancia japonesa terrible. Lo curioso es que acabo de leer con sorpresa que los chinos fabrican el 80% de la producción mundial de bolígrafos. Al final, entonces, no me he ido tan lejos de donde comencé.