Cada vez con más frecuencia veo artículos y reportajes hablando de la desigualdad. En principio, no tengo nada que oponer a que la justicia social de un país se mida por la igualdad o desigualdad en el reparto de la riqueza, pero creo que los periódicos, los medios en general, también caen en esta ocasión en su ya imparable deriva amarillista, buscando más la lágrima fácil o la reacción visceral, que un verdadero raciocinio.

Desde mi punto de vista, medir la desigualdad de la riqueza, en vez de medir la desigualdad de la renta, no es aportar nada constructivo ni intentar mejorar la situación.

Cuando decimos que el 1% de la población tiene tanto como el 40 % más pobre, suena muy cipotudo, muy injusto y muy sangrante, peor no aportamos gran cosa al debate de los salarios, las rentas y los servicios sociales.

Y me explico:

A día de hoy, Amancio Ortega, el de Zara, tiene tanta riqueza como ocho millones de españoles juntos. Ok. Pero si mañana hubiese un crack en la bolsa, o una crisis mundial, y Amancio Ortega perdiese en una semana dos terceras partes de su patrimonio, ¿Sería España un país más justo? Puede que para los miserables y los envidiosos sí, pero para los demás, los que queremos vivir un poco mejor y que los más humildes no pasen estrecheces, la respuesta es no. Amancio Ortega seguiría teniendo más de lo que puede gastar en tres vidas, y los españoles más humildes, seguirían igual de jodidos o más que antes, pro mucho que mejorasen las puñeteras estadísticas de desigualdad.

La desigualdad tiene que medir las rentas y las oportunidades y ahí sí sirve para algo. A no ser, claro está, que toda esa prensa supuestamente solidaria que publica estos datos tenga como objetivo final otra cosa, menos confesable, como incitar al expolio, la colectivización o similares.

Pues si es así, que lo digan, y que dejen de disfrazarse de corderos.