Cuando a alguna persona se le da un premio (en forma de nombre de un lugar público, o un título intelectual, o la construcción de un monumento, etc.) lo que se busca es engrandecerla por un lado, y convertir su vida, o su obra, en ejemplo para todos los miembros de la sociedad donde esa persona vive o vivió, al tiempo que se la premia.

Tiene pues todo homenaje una función política, o sea social y cultural a la vez. La Iglesia católica (que a juzgar por su infinita sabiduría sí parece inspirada por Dios, aunque no exista) inventó un método muy sencillo, barato y eficaz con la figura de las estampitas, para lograr el mismo fin.

En previsión de que a la desconocida Fátima, (nombre figurado), no se le dedicara una calle, se le hiciera un monumento o se le diera el Nobel, se hacía una estampa con su presunta efigie o cara, en la que se nos contaba que prefirió morir en el circo romano, devorada por los leones, antes que renegar de su Fe y de las enseñanzas cristianas.

O la estampita de Claudia, también romana, que secuestrada en las catacumbas, prefirió matarse antes que entregarse al pretor romano que urgía sus encantos, ya que ella había decidido renunciar a las sucias uniones carnales como prueba de amor al Dios de los cristianos.

Es decir, el mensaje está claro: si quieres ser digno de que te dediquen una calle, te den un premio o hagan una estampita, debes estar dispuesto a sacrificar la vida por tus creencias (que ya te dirá el Poder lo que debes creer, añadimos nosotros). Con esa intención, crear ideología y mostrar el camino que los súbditos deben de seguir, cada grupo de humanos siempre ensalzó los comportamientos (que deberían de ser) ejemplares. Es por eso por lo que cuando se pasa de un régimen político a otro (por ejemplo de dictadura a democracia y viceversa) hay una "limpieza general" de símbolos del contrario.

No tengo muy claro qué se debe hacer con las obras de arte (tal vez guardarlas en museos y explicar junto a cada una quien era el personaje y por qué está "quitado de la plaza en la que se encontraba") pero lo de quitar su nombre (el del héroe del equipo contrario) de un lugar público parece elemental.

No tiene sentido social ensalzar la figura y las acciones que ejecutara o que impulsó quien defendía algo que la comunidad considera malo para ella.

Entonces, si actualmente la sociedad considera infinitamente mejor la democracia que la dictadura (cosa que el PP defiende hasta el extremo de estar a favor de guerras en otros países para imponer aquella), es evidente que se deben quitar de los lugares públicos los nombres de quienes no solo defendieron la dictadura (del General Franco) sino que incluso lucharon contra la democracia (II República Española) en una maldita guerra (como todas).

De ahí surge la llamaba Ley de la Memoria Histórica que afecta a todas las instituciones.

Y así llegamos a que en un instituto de Zamora (llamado la Universidad Laboral, porque lo fue) en una llamativa placa de mármol, pone a la entrada (repetimos, de un centro educativo y dando al exterior):"Para que la sangre no vuelva a ser el precio de la justicia?".

Queriendo justificar que no había justicia y cuando tal cosa ocurre "si hay que matar se mata".

La barbaridad es inmensa, y choca que la Junta de Castilla y León (gobernada desde casi siempre por el híper demócrata Partido Popular) no haya quitado ya, o borrado ya, esa placa, cuando sin embargo segregó (arrancó) en su día, de ese centro educativo, todo un magnífico teatro para no sabemos qué cosa, pues en estos momentos nadie dice nada de él.

La sangre nunca debe ser el precio de la justicia, entre otras cosas porque ¿cuál es la justicia?, ¿qué es lo justo y que no?.

En un país sin pena de muerte se sobrentiende que la sangre ya no es el precio de la Justicia; así que bórrese ese envenenado mensaje porque es veneno.