Ysi no es así que alguien demuestre lo contrario. La realidad pone de manifiesto que es más difícil acabar con los pintamonas que embadurnan las paredes de los edificios, que con los terroristas que atentan contra nuestras vidas. Y si no ahí están los datos. Obsérvese que, en Zamora, ni Vázquez, ni Valdeón, ni Guarido han sido capaces de acabar con esa lacra, la de quienes se encargan de embadurnar muros y paredes con pintadas, dejando rastro de su falta de buen gusto, además de su afán desmedido de destruir aquello que está bien hecho. Los tres alcaldes lo prometieron y ninguno de ellos ha cumplido su palabra, porque ahí está la ciudad, hecha unos zorros, llena de guarrerías y pintadas.

Idéntica situación vive Madrid. Ni Gallardón, ni Botella, ni Carmena, se han tomado en serio lo de llevar la limpieza a la capital de España, ni en el centro histórico, ni en ninguna otra parte, incluidos los puentes que cruzan calles y avenidas. Todos los alcaldes lo incluyeron en sus programas electorales, pero ninguno ha movido un solo dedo para solucionarlo.

Si las fuerzas de orden público son capaces de controlar y en algunos casos, acabar con la lacra terrorista ¿por qué no pueden las policías locales terminar con la lacra antisocial de gamberros y embadurnadores?

La pregunta a realizar sería ¿en qué clave se mueven los alcaldes? ¿de qué o de quién tienen miedo? ¿qué es lo esperan que suceda si meten mano a los que emporcan las ciudades, o en su defecto a los padres o tutores de los menores involucrados?

¿Es que acaso son hijos de papá los autores de los desaguisados y las autoridades no quieren que se conozcan sus nombres?

Lo peor de todo es que los políticos se molestan cuando la gente los califica diciendo que son todos iguales, pero desafortunadamente, al menos en lo de tener las ciudades hechas una calamidad, lo les falta razón a quienes así opinan.

Llama la atención lo pronto que se ponen de acuerdo los dirigentes políticos para subir impuestos de un día para otro, y si hace falta incluso con nocturnidad y alevosía, con la cara dura propia de quien está acostumbrado a mentir, importándole un carajo que semanas antes hayan jurado y perjurado que no iban a hacerlo; y lo difícil que les resulta establecer un plan para erradicar el gamberrismo.

¿Y qué me dicen ustedes la facilidad con la que se embarga una cuenta bancaria cuando alguien trata de hacerse el remolón para diferir o no pagar una multa de tráfico? Alguien podría preguntarse si no parece igual de sencillo hacer lo mismo con las cuentas de quienes se dedican a delinquir, saltándose leyes o normas municipales cuando son multados. ¿O es que en estos casos las cuentas quedan blindadas por arte del mago Merlín?

¿Como se explica que se pueda detener y poner a buen recaudo a peligrosas redes de narcotraficantes, armados hasta las trancas, y no se pueda dar con un puñado de descerebrados que disfrutan degenerando el aspecto de las ciudades?

Son preguntas sin respuesta. Al menos hasta ahora. De manera que este año que acaba de comenzar seguiremos viendo cómo los vándalos viven tranquilos, con el convencimiento que podrán seguir haciendo de su capa un sayo para poder hacer lo que les venga en gana. Mientras tanto, en las ciudades continuará aumentando el grosor de esa pátina casposa que le dan los espráis, pinturas y demás guarrerías que utilizan los incívicos, ya que los vecinos de los edificios pintarrajeados, hartos del pasotismo municipal se han visto obligados a tirar la toalla, cansados de limpiar, pintar y repintar sus fachadas, y no volverán a hacerlo hasta que no desaparezca ese halo de impunidad del que parecen gozar los autores de las tropelías.