Una cadena de televisión difundía hace unos días una noticia relativamente sorprendente sobrelos resultados de un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Harvard y en el que habían participado más de 70.000 personas durante los últimos años, habiendo concluido que la asistencia a oficios religiosos era beneficioso para la salud. En el reportaje del canal aparecían testimonios de ciudadanos certificando el bienestar personal y espiritual que representaba para ellos asistir a misa o a otros oficios religiosos. Pues bien, lo inaudito es que a estas alturas alguien pueda desconocer los beneficios de estas prácticas religiosas; si los tienen, no lo es tanto por sus contenidos sino porque este tipo de experiencias son ejemplos de comunicación, indistintamente de que se hagan en privado, en grupo o en comunidad, pues la comunicación es un acto social que refuerza los vínculos personales y comunitarios, tan beneficiosos para la salud. Y esta es la clave, la relevancia de los vínculos sociales en nuestra vida cotidiana.

Igual de sorprendente sigue resultando para muchos la victoria de Donald John Trump, convertido desde ayer en el 45 presidente de los Estados Unidos. Del personaje me gusta su histrionismo, pues dará mucho juego para la algazara y el cachondeo, lo cual servirá para que los ciudadanos andemos un poco menos aburridos y cabizbajos. Ahora bien, lo que realmente me preocupa es su discurso sobre la vuelta al proteccionismo, las fronteras, los derechos sociales y tantos otros aspectos que tienen que ver con la dignidad humana. Solo su eslogan "América, primero" me deja paralizado y patidifuso. ¿Qué leches querrá decir con América? ¿Se referirá a todo el continente americano, a América del Norte, incluyendo a Canadá y al vecino del sur, México, o, como todos imaginamos, a la América de los estadounidenses, es decir, Estados Unidos? ¡Ay, ay, ay! Seguir confundiendo el todo (el continente americano) con la parte (Estados Unidos) siempre ha sido propio de quienes han tenido y siguen teniendo aires de grandeza en la primera potencia del mundo.

¿Y si el personaje no fuera tan fiero como parece? Fiero para quien escribe, claro, pues los millones de seguidores, dentro y fuera del territorio "americano", estarán dando saltos de alegría por la conquista del despacho oval de la Casa Blanca. Porque el supuesto problema no es tanto Trump, un aparentemente niño malcriado,como he leído por ahí, sino quienes lo han aupado hasta la presidencia de un país que, con sus luces y sombras, ha sido y sigue siendo clave en la geoestrategia política, económica y militar del mundo. Y lo más preocupante sería que el posible contagio, que tantos temen, se expanda como un virus hacia otros continentes y países, como puede ser el caso de Europa. Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Nos cruzamos de brazos o reflexionamos sobre las posibles consecuencias que pueden tener en nuestras vidas los discursos similares a los de Trump que estamos escuchando en los países de nuestro entorno? Aprendamos, pues, de lo que vemos, que nunca es tarde para lanzarse por el trampolín de la vida y adelantarse al futuro.