El fenómeno iberista constituye una de esas incógnitas que desde finales del siglo XV están pendientes de resolver en nuestra península ibérica. Los distintos momentos en los que este tema se ha planteado seriamente, han pasado totalmente desapercibidos, sin embargo han dejado definida con mucha claridad la solución a este problema que sigue pendiente. Un ejemplo lo constituye, en el periodo de Primo de Rivera, el Plan General de Carreteras en el que recordamos la clasificación que se hizo de las seis carreteras radiales numeradas siguiendo el sentido de las agujas del reloj. Dentro de este programa nos encontramos con la línea clave de enlace de la costa del Atlántico y Europa que arrancaba desde el punto denominado Tres Marras, término de Alcañices, siguiendo por Fonfría y desde Fonfría cruzaba hacia Carbajales de Alba por esa carretera movida, y tan significativa, con un paisaje alucinante que cruzaría la N-VI en el término de Cerecinos de Campos para seguir hasta la frontera francesa. Esta carretera era el enlace de la costa atlántica portuguesa con Europa. Roto y abandonado este programa, el tramo de Fonfría a Carbajales constituyó una verdadera aventura por las características geográficas del terreno y no se habría realizado nunca sin este programa.

El último intento de reconocimiento de la unidad ibérica se inició posteriormente, unos años más tarde, a través de las relaciones entre los núcleos de ambos lados de la raya y finalizaría en esa fecha, 22 de septiembre de 1864, que marcó la separación definitiva de lo que llamamos España y Portugal.

Hemos tenido que guardar en el fondo de nuestros recuerdos las posibilidades de solución de esta inmensa tragedia histórica que supone la separación de dos países hermanos. Si repasamos la famosa obra Historia de la Civilización Ibérica de Oliveira Martins, nos sorprenderá lo difícil que es entender esta separación cuando la península ibérica como unidad ha constituido uno de los focos de desarrollo universal más completos, más rápidos y más perfectos en toda la historia de la civilización occidental como lo demuestran las dos rutas de expansión, la africana dirigida exclusivamente por los pescadores portugueses de la costa atlántica hacia el sur y el lanzamiento a través del Atlántico que se completará con la ayuda de Castilla el 3 de agosto de 1492. La antipatía con la que se ha mirado desde antiguo a la península ibérica como unidad sociopolítica ha contribuido a esta separación.

Hace unos meses se celebró en Oporto un congreso en el que se planteó este problema de la unidad ibérica. Esperemos que este acontecimiento constituya un impulso a esa relación de intercambio y colaboración que se ha iniciado entre los pueblos de un lado y otro de la raya, Alba y Aliste y Tras os Montes, una lección histórica que camina hacia esa unidad, una de las primeras que constituiría un firme ejemplo que ayudaría a consolidar la Unidad Europea.

Esta idea de la unidad peninsular, que nunca debió romperse, estaría viva e intocable si se inicia desde la escuela, lugar de donde arrancan siempre las grandes decisiones de cada pueblo. Esta siembra sigue abandonada totalmente en nuestras escuelas de ambos lados de la raya, tremendo error que parece, tristemente, no tener solución.