El precio de la electricidad en España es el más alto de todos los países de nuestro entorno situándose muy por encima de la media de los países de la Unión Europea. Esta circunstancia, lejos de atemperarse, se va haciendo cada vez más evidente a medida que la tarifa continúa incrementándose y batiendo récords. Si a esto unimos la opacidad de la factura que nos llega a casa, aun bajo la apariencia de pretendido desglose y transparencia, tenemos el terreno perfectamente abonado para que tirios y troyanos, periodistas en busca de impacto en la audiencia y espectáculo o políticos populistas, por lo tanto falsarios, puedan desfogarse atacando a las compañías eléctricas.

Es cierto que los operadores del mercado eléctrico integran un oligopolio -exceptuando al monopolio la peor de las formas de conformación de un mercado- en el que la libertad de elección del consumidor es raquítica y los márgenes para la libre competencia una mera fantasía. Pero no lo es menos que de todo lo que pagamos en el recibo de la luz apenas un tercio se corresponde con lo que las eléctricas nos cobran por la electricidad.

Otro tercio se corresponde históricamente con otros elementos tales como las primas a las energías renovables, las ayudas al carbón nacional o como ocurrió durante 20 años, compensaciones por la paralización de las inversiones ya iniciadas en centrales nucleares afectadas por la moratoria nuclear del primer gobierno de Felipe González. Es decir, que las ayudas a la, económicamente no viable por sí misma, minería o a la burbuja artificial que en su momento se creó con las renovables, la estamos pagando usted y usted y yo en el recibo de la luz. Es decir, pagamos la cobardía política en unos casos, los caros caprichos de los gobernantes en otros y por último, la fuerza del lobby eléctrico, el único realmente poderoso en España, que siempre consigue que las leyes soplen a su favor y cualquier contingencia les sea compensada.

Dentro de este segundo apartado se incluyen también los efectos de las pérdidas en el transporte desde el punto de generación hasta el de consumo final. En torno a un 18% se estima, pese a lo cual no se produce compensación alguna a aquellos consumidores de las zonas más cercanas a los centros de producción y sin embargo sí que usted y usted y yo asumimos en aras a la solidaridad entre regiones el coste de esas pérdidas y el sobrecoste del suministro a las islas.

Nos falta un último tercio que se corresponde a impuestos. Un curioso impuesto especial eléctrico y el IVA ordinario que grava no solo al primer tercio sino al segundo e incluso (aberración jurídica) al otro impuesto que compone este último tercio.

Claro que más fácil que explicar esto y prestarse a la crítica, es dejar que todos como marionetas disparemos nuestras inofensivos venablos contra las, por definición, malvadas eléctricas. www.angel-macias.blogspot.com