Han pasado casi dos años desde la última vez que escribí un artículo de opinión para este diario, y si bien la desidia ha sido en parte la culpable, la inapetencia por las flatulencias de cierta parte del respetable, me ha mantenido al margen. Cantaba Fito Cabrales, quien tras cinco años tras la barra del bar llegó a la conclusión de que siempre cliente no tiene la razón. Y es que al igual que un camarero, alguien que plasme su opinión en unas líneas, parece verse obligado a gustar al lector quien por el mero hecho de leer tus escritos se cree con derecho de pernada sobre tu persona, tu familia o tu perro. El torero se lanza al ruedo jugándose la vida para goce de un "respetable" ruidoso y mal educado mientras el violinista toca en un teatro repleto donde el público en silencio convierte el recinto en un cuarto vacío de ensayo. Silbidos, gritos, insultos quizás aplausos para el torero; aplausos para el violinista. Esa es la diferencia entre el arte y la bizarría: la clase de sus espectadores, por ecuánimes que torero y violinista llegasen a ser en sus respectivas actuaciones.

Pero que nadie se atragante, no voy a escribir hoy ni de toros ni estoy para violinesy como mal músico complaceré unas peticiones, que si bien a toro pasado, espero silenciar al tendido del siete. La verdad sea dicha y es que cada vez que regreso a España por Navidad me pongo un poco flojeras y la morriña, al regreso, me hace escorar a lo fácil para poner carne de gallina, y con lo políticamente correcto, caer bien a la peña rememorando los años mozos. Siempre me pasa y por más que me arranco a lo Pérez-Reverte acabo plagiando a Alberto Jambrina. Pero no esta vez y habrá que esperar para rondallas en futuras ya que en esta, repetido sea, escribiréa petición. Muchos me preguntan, Tomás ¿porqué no nos cuentas cosas de Estados Unidos? ¡Que bien hacen las cosas los americanos! Pero cómo en España no se vive en ningún lado ¿porqué sigues allí? Y todas esas preguntas, que por educación, uno no responde la verdad verdadera no siendo que te confundan con Trueba y boicoteen a La Opinión (desatinos peores se han visto) Pero ya puestos en faena, quiero aprovechar estas líneas para contar una historia que pasó hace unos años en EE.UU. y que si bien pasó desapercibida para los medios españoles, creo oportuno rescatarla, para que quien quiera entender entienda y entienda, valga la redundancia, porqué echando de menos mi patriaa cada segundo, de momento, y con Trump tapiándome la gatera, me quedo por aquí.

El domingo 25 de mayo de 2003, 53 militares de élite estadounidenses que cumplían su misión en Afganistán, regresaban a casa en un avión Yakovlev Yak-42 de fabricación rusa y con tripulación ucraniana. El avión hizo escala en Kirguistán donde subieron otros 9 soldados americanos que estaban en Kabul. Desde allí, el avión partiría hacia Turquía donde haría una escala antes de poner vuelo a Estados Unidos. Sin embargo el avión se estrelló y los 62 soldados americanos más la tripulación fallecieron en el accidente. El Departamento de Defensa americano inmediatamente se personó en el lugar del accidente, recogió los pedazos de los militares y sin una identificación clara se los entregó a los familiares con orden explícita de rápido sepelio. El secretario de Defensa y máximo responsable del accidente se limitó a explicaciones paralelas en lugar de meridianas y procedió a pasar página. Su condición de aforado, le protegió de personarse y declarar delante de un juez quedando así su expediente inmaculado como papel recién colado. El propio Gobierno americano decidió ponerle una ligera sanción y le relevó del puesto para nombrarle embajador de los Estados Unidos de América en la embajada de Londres en Inglaterra. Posteriormente y a cuentagotas se fue confirmando que muchos familiares recibieron cuerpos cambiados de otros militares, que el avión no estaba en condiciones de volar, que la tripulación estaba exhausta, así como muchas otras negligencias y que con el dinero que el Departamento de Defensa americano se ahorró, por no contratar un avión en condiciones, el propio secretario de defensa se lo gastó en sus labores variadas como soborno, chantaje o manipulación mediática. Trece años después, por fin un tribunal demostró la culpabilidad del Departamento de Defensa y por tanto de su otrora secretario general. Acorralado por la presión mediática y por las familias de los militares muertos, el exsecretario deja su cargo como embajador para volver a su despacho de oficio en el Consejo de Estado americano y? Como el lector bien sabe ya, he modificado un poco la historia para convertirlaen un verdadero sueño americano. Sí, ¡he mentido como un bellaco!, para adaptarla a los finales felices que tanto gustan a los españoles, con una buena y larga siesta, en la cual, por más que a bombo y platillo se repita el refrán, san Martín siempre pasa de lado ante el puerco.Sin embargo, en EE UU no hay ni santos ni aforamientos e inmediatamente después del accidente se abrió una severa investigación a la que procedió un consejo de guerra que llevó al secretario de Estado ante un tribunal militar el cual lo encontró culpable de alta traición a la patria y un pelotón al efecto ejecutó la sentencia. ¡Fin!