Yo soy de pocas palabras, así que voy al grano. Os pido perdón a ti y a tus hijos. Lo siento mucho. Si podría dar marcha atrás al tiempo, lo haría. No puedo. Lo siento. Ojalá me perdones. Ya estoy cumpliendo mi castigo. Te deseo lo mejor, Joxe Mari". Estas son las palabras que figuran en la carta que un etarra preso dirige a la esposa de un empresario asesinado por la banda terrorista ETA. Se llama Bittori y desde hace años ha buscado esa declaración de uno de los integrantes del comando que disparó contra su marido. Se trata de un joven que acaba reconociendo que pedir perdón exige más valentía que disparar un arma o que accionar una bomba: "Eso lo hace cualquiera. Basta con ser joven, crédulo y tener la sangre caliente". Estamos ante la historia que cuenta Patria, novela de Fernando Aramburu, un maravilloso relato que alcanza su culmen con las palabras de perdón de la carta y el efecto terapéutico que obran en la viuda. En toda la trama encontramos veladas o explícitas alusiones al poder de las palabras. De las proferidas y de las calladas, de aquellas que ponen enfermo y de las que curan, de las que señalan a la próxima víctima o de las que liberan del miedo. Este libro, un auténtico banquete al que les invito, consigue acercarnos a una etapa controvertida de nuestra reciente historia. La referida a los últimos años de actividad terrorista de ETA y el posterior abandono de la lucha armada, cuando gobernaba en España Zapatero. Aramburu escribe con tal pulcritud, con tanta humanidad, que consigue emocionarnos o indignarnos, sin necesidad de poner en valor ningún comportamiento. Tiene la delicadeza de no juzgar, de no evaluar la existencia de quienes participan en los acontecimientos, eso nos lo deja a los lectores. Nos trata con respeto y nos permite contemplar los hechos desde diferentes puntos de vista. Puede que estemos más próximos a unos y más distantes de otros; el gran mérito del autor radica en no enmascarar ninguna postura, se muestran descarnadas, con su parte de dignidad, su porción de cobardía o su poquito de maldad. No es una trama de buenos y malos, no he podido encontrar ni una brizna de maniqueísmo. Tampoco se disfraza al que dispara, al asesino, ni se ignora al que abusa del poder que emana de su uniforme.

Cuántas preguntas me han surgido en el devenir de los 125 capítulos de que consta la novela. Algunas se refieren a la propia decisión del que se hace terrorista, cuánto hay en ella de fanatismo, de ideología o de credo, y cuánto de emoción e inconsciencia. Otras tienen que ver con el mundo que rodea al independentismo y el origen de su cerrazón. ¡Me parecen tan irracionales! También me pregunto por qué el gobierno del PP no avanza en políticas de acercamiento de los presos etarras a cárceles próximas al País Vasco. Solo se me ocurre que sea por estrategia electoral. Lo mismo ha venido haciendo desde los tiempos de Aznar en su relación con las víctimas del terrorismo. Me parece un error en estos momentos de cese total de la violencia. Da la impresión de que al Partido Popular le interesa más una ETA con armas, aunque no las vaya a usar, que desarmada. Sería deseable para la recuperación total de la convivencia en Euskadi, no añadir sufrimiento y molestias a una parte de la sociedad vasca. El diálogo debe comenzar ya, urge la entrega de todo el armamento y el acercamiento de los encarcelados. Otra vez, la palabra nos puede curar y restañar heridas.

Hace bastantes años conocí el libro de Pedro Laín Entralgo: "La curación por la palabra en la antigüedad clásica". La recuerdo con admiración, es una obra que nos ayuda a comprender por qué la palabra humana puede tener efectos terapéuticos. Ya desde los cimientos de nuestra cultura. La persuasión y la sugestión operan beneficios en el hombre que acepta el diagnóstico benevolente sobre sus males. Aristóteles habla de la catarsis como la facultad de purificación emocional, corporal, mental y espiritual que posee la tragedia. Los espectadores que escuchan el infortunio relatado experimentan la compasión y el miedo, se entenderán mejor a sí mismos y no caerán en los errores que llevaron a los personajes a sufrir tal suerte.

Permanezcamos atentos a las representaciones que se dan ante nuestros oídos y aprendamos para no caer en la enfermedad de la "hybris", la desmesura.