Cada día que pasa y con cada detalle que se nos desvela de ese truculento cuentagotas en el que se ha convertido el caso Nadia, más escabrosa resulta la realidad que ha rodeado a una víctima más del desnaturalizado comportamiento con el que no pocas veces nos asquea el ser humano. Aunque, lamentablemente, no nos sorprende demasiado por mucho que pongamos cara de asombro. Y es que hemos dado a lo largo de la historia y por todos los puntos del planeta, tantos miles de ejemplos que está más que demostrado todo lo peor de lo que somos capaces.

Quizás la gran diferencia del presente con otros tiempos estriba en el efecto caja de resonancia que otorgan los medios de comunicación de masas y las redes sociales a cualquier noticia de esas que rápidamente prenden en el interés de la gente. Así, es evidente que culpables de lo que presuntamente ha sucedido solo son los padres de Nadia, por construir toda una maquinaria de enriquecimiento ilícito en torno a su hija y a la desgraciada eventualidad de una enfermedad poco común.

Pero que solo haya unos culpables no significa que no debamos auscultarnos como sociedad y determinar otros grados de responsabilidad en lo que ahora vamos descubriendo. Porque no se concibe el enorme alcance del elemento central del suceso, la captación mediante engaño de centenares de miles de euros que de buena fe han aportado miles de personas, empresas e instituciones sin la negligente pasividad de los poderes públicos que, al parecer, no han realizado ni el más mínimo control de veracidad contando, como cuentan, con la información médica en unos casos y la económica en otros, en un asunto en el que idas y venidas, hipotéticos viajes y supuestos tratamientos milagrosos o milagreros han estado expuestos casi a diario durante meses en todos los medios de comunicación.

Y este último aspecto es el siguiente a revisar y del cual aprender para sucesivas ocasiones. El papel de unos medios de comunicación en los que cada día parece existir la obligación de agrandar el impacto de cualquier historia a contar. En unos tiempos en los que para ciertas cosas la uniformidad en la corrección política llega a ser aplastantemente aburrida en interés del poderoso, para otras todo vale sin filtro, investigación o contraste. Así resulta que Nadia se ha convertido en anzuelo para la captación de audiencias por una enfermedad que no es tan rara, por unas necesidades de fondos que eran básicamente una estafa y por unos supuestos tratamientos falseados, cuando no directamente surrealistas.