Es proverbial la verdad de que los mayores disfrutan profundamente contando a sus nietos sus "hazañas" realizadas en los tiempos pasados de su juventud. La mirada lejana agranda los acontecimientos de modo que una vida normalita se convierte en una sucesión de aventuras tan importantes y grandiosas que parecen verdaderas hazañas. Y esa impresión de pasada persona importante nos traslada a los que ya hemos llegado a lo que se llama "mayoría" a la seguridad de que "fuimos alguien" en la vida, cuando la verdad es que, sin quedarnos en "nadie", tampoco salimos de nuestra segura realidad próxima a la nulidad. Y lo cierto es, también, que a los nietos que nos escuchan se les presenta un personaje que hoy es su abuelo.

Pero, si así fuera posible, la propia satisfacción se aumenta cuando nos encontramos con personas que, por su edad, aunque no llegue a la nuestra, han sido testigos de lo que hicimos o a sus oídos llegaron nuestras aventuras, que siempre fueron agrandadas por la mente popular. Siempre ocurre que, en un mundo sencillo, el que cuenta a otros, que no han sido testigos directos, las acciones ajenas, se crece haciendo propia, de alguna manera, la acción ajena, que pasa, así, por hazaña gloriosa. Nunca nos resignamos a contar las cosas como son; hay que ensalzar lo ocurrido para que resulte importante a quien nos escucha. Y, precisamente, ese oyente en el encuentro es la persona que hemos tenido la fortuna de hallar.

En estos días he disfrutado un rato de la satisfacción a la que me he referido. Previa cita al efecto, he tenido un encuentro placentero con un zamorano que, aunque reside actualmente en Valencia, tuvo la suerte de nacer en la pequeña localidad de Vega de Tera, que es la cabeza del Ayuntamiento al que pertenece la vecina localidad de Calzada de Tera. Y en esta otra pequeña localidad ejerció como maestro de Enseñanza Primaria mi padre. Yo era entonces un joven que disfrutaba en aquel pueblo de parte de mis vacaciones estivales, ya que en el internado en el que estudiaba no se nos permitía salir a casa en las vacaciones de Navidad y mi condición de "fámulo" me retenía en el centro incluso durante la mayor parte del verano. Pero los pocos días que estaba en Calzada disfrutaba "a tope" y llevaba una vida muy activa.

De eso hablamos; yo recordaba mis intentos de pesca, que se quedaban en dedicar ratos de mis tardes a compartir mi merienda con los peces, que la comían y se iban muy agradecidos -supongo-; pero no cayó ninguno. Recordé las visitas que me hicieron en Calzada mis amigos íntimos de Morales de Toro y de Torres del Carrizal; nuestros baños en las cristalinas y fresquitas aguas del Tera, gozando, al mismo tiempo, de la belleza y encanto del paisaje que ofrece allí el Tera, a su paso entre Calzada y Calzadilla, que carecía, entonces, del puente que ahora une a ambos pueblos. También salió a colación mi actividad, de formar un pequeño coro en Calzada y otro en el vecino pueblo de Camarzana, a donde acudía muchas tardes pedaleando en la vieja bicicleta de mi padre. Disfruté de mi recuerdo como modesto jugador de fútbol en los equipos de Calzada y Camarzana; fue especial, en esto, mi actuación en un partido entre los equipos de Camarzana y Santa Croya, seguido, el domingo de la semana siguiente, por otro que celebramos en Santibáñez de Vidriales; en este, para evitarme un éxito como el del domingo anterior, me marcaron dos adversarios, incluso con cierta violencia. Relaté a mi compañero de recuerdos mi aventura de viaje a la Peregrina, con visita previa a Santibáñez para que me arreglaran la bicicleta? Fueron dos horas de animada charla, en la que contemplamos con el espíritu los bellos paisajes de la fértil ribera del río que partiendo del Lago de Sanabria, recorre campos feraces (gracias a su líquido elemento) hasta desembocar en el Esla muy cerca de Benavente, capital del Valle del Tera. ¡Qué deleitable fue la larga conversación col el amigo nacido en Vega de Tera y sabedor, por las noticias de sus familiares, de la estancia y ejemplar ejercicio de su profesión, que mi padre tuvo en Calzada de Tera! Allí me consta que hay intentos de dedicar a aquel buen maestro un rendido homenaje. No sé si ese intento tendrá feliz resultado; pero solo el hecho de intentarlo hace que mi corazón de hijo se ensanche y se llene de agradecimiento. Este agradecimiento es un digno colofón a la satisfacción de aquella excursión por el pasado que embelleció nuestro recuerdo en una tarde-noche de este frío invierno madrileño.