Hace días llegó a mis manos un vídeo sobrecogedor. Tan solo unos minutos de duración, sin embargo, me pareció fantástico para desear feliz Año Nuevo a todos los lectores. Quizás algunos de ustedes lo conozcan. Su plasticidad es asombrosa.

Estaba grabado en Israel, en un lugar que no sabría precisar, y mostraba a quince o veinte jóvenes de distintas confesiones cantando juntas. Lo hacían acompañadas, tan solo, de una guitarra y sus túnicas blancas acentuaban la sordidez de los barrancos que servían de soporte a la interpretación. Un lugar, ciertamente, inquietante.

Se trataba de un paisaje calcinado y desprovisto de vegetación en el que había sido borrado cualquier vestigio de vida. Ni trinos, ni voces, ni arbustos. Nada, al margen de la sonrisa de las muchachas. Era como una tierra agotada en la que solo cupieran lágrimas. Sin futuro. Abocada al olvido. Un espacio desértico e inhóspito en el que parecía imposible encontrar razón alguna para la esperanza. ¡Tanta era la desolación! Sin embargo, quien, viendo aquellas montañas yermas esto pensara se equivocaba de parte a parte.

Resulta que, apenas comenzada la canción, las frágiles voces se alzan sobre el asfixiante paraje y emprenden vuelo. Lo hacen juntas, al unísono, y su mensaje es como un aire fresco que removiera conciencias. Habla de concordia y tolerancia con una fuerza tal que aquel entorno de esterilidad y muerte se transforma, lejos del inmediato horizonte, en anunciación gozosa y alegría desbordada.

Las secuencias se suceden vertiginosas en el vídeo. No hay pausa. Cientos de mujeres de diferentes credos y confesiones se han sumado a la inesperada celebración y, de mano del realizador, la festiva concentración no deja de crecer. Cobra fuerza. Se agiganta. A su paso por pueblos y ciudades, el número de las participantes aumenta con la incorporación de nuevas damas hasta llegar a un punto en el que las imágenes que se nos ofrecen sufren una transformación de todo punto inesperada. Y es que, aquel minúsculo grupo inicial de quince o veinte jóvenes acaba convertido en una impresionante marcha de miles de mujeres hebreas, musulmanas y cristianas caminando juntas por la paz. Un pequeño milagro, sin duda. ¿Qué otra cosa, si no, el espectáculo de mezquitas, iglesias y sinagogas cantando juntas igual plegaria?

Son tan solo unos minutos de grabación, pero, más allá de los acordes que le sirven de soporte, me parecen un hecho insólito. Una sinfonía perfecta por su simbolismo que, sin embargo, ha pasado desapercibida para los grandes medios de comunicación. Afortunadamente, ahora llega a los Tres Árboles.

Acceder a ella es muy simple. Basta con buscar en Google «Prayer of the Mothers », el título de la canción. Una buena forma de empezar el año, ya digo, con la paz como valor irrenunciable.

¡Feliz Año Nuevo a todos !