Estamos en el día 28 de diciembre, consagrado a los Santos Inocentes. Se trata de unos personajes no muy frecuentes en la literatura neotestamentaria; de hecho, solo aparecen en el Evangelio de San Mateo, que apenas los nombra como víctimas de Herodes y llorados por Raquel de una manera simbólica. En cambio la Providencia se encuentra repetidamente mentada como interviniente en el mismo pasaje, expresado en Mt 2. 13-23. La narración, en la que la Providencia actúa por medio de un ángel, comprende toda una historia que, desarrollada convenientemente, llenaría un interesante libro.

Los Reyes Magos, convenientemente avisados con relación a Herodes, desoyeron la indicación de aquel rey y, una vez cumplida su misión junto al Niño en Belén, volvieron a su tierra "por otro camino". Después de la ausencia de los Magos, un ángel se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate y toma al Niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que te diga. Pues sucederá que Herodes busque al niño para matarlo". Así lo hizo José: "Tomó de noche al niño y a su madre y huyó a Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes". En esto, como en toda la vida de Cristo narrada por los Evangelistas, se cumplía lo dicho por los profetas. Aquí, relatando lo que se refiere a los Inocentes, se alude al profeta Jeremías citando sus palabras: "Se oyó una voz en Rama: gran llanto y gemido: Es Raquel que llora a sus hijos y no quiso ser consolada porque ya no existen". Sigue el relato de Mateo: "Muerto Herodes, he aquí que el ángel del Señor apareció en sueños a José diciéndole: Toma al Niño y a su madre y vete a la tierra de Israel; pues han muerto los que buscaban la vida del Niño". Oído que a Herodes lo había sucedido en Judea su hijo Arquelao, la Sagrada Familia se estableció en Galilea, en la ciudad de Nazareth.

En todo el relato del converso Mateo aparece la acción de la Providencia, ordenando la vida de aquella familia contra el designio de Herodes. Y, al mismo tiempo, enseñándonos que la previsión de los hombres no puede nada, si la Divina Providencia no está con ellos. El malvado Herodes previó con antelación lo que podría ocurrirle con un niño poderoso que decidiera suplantarlo en el mandato sobre Israel. Su previsión era tan prematura que vio el peligro en aquel Niño, tan poderoso que, recién nacido, había atraído a tres Reyes del Oriente a rendirle pleitesía con sus valiosos dones. Y, para que no pudiera escaparse a su decisión, la orden atendía a todos los niños menores de dos años; por mucho que el nacimiento del peligroso Niño hubiera precedido, no podría superar los dos años comprendidos en la orden real.

La lección sobre la Providencia vale para todas las situaciones de la vida humana y no se reduce a la situación del Niño nacido en Belén y a los inocentes que tuvieron la desgracia de ser coetáneos suyos. Se extiende a todos los posibles inocentes que, en la tierra, se dan a lo largo de la historia de la humanidad. Los hombres, incluso los malvados inteligentes -que los hay-, pueden ordenar acontecimientos que respondan a sus malvados intereses; pero, aunque las víctimas serán indefensas criaturas, estará vigilante la Providencia Divina y, con su sabia maestría convertirá en polvo los inteligentes designios de los malvados poderosos (poderosos en cualquier orden de cosas; no es necesario que se trate de dirigentes de un país, grande o pequeño).

Si analizamos con cierto detenimiento la trayectoria de las personas que están a nuestro alrededor -de personas valiosas, se entiende-, nos será muy fácil esta victoria sobre sus malvados poderosos. Solo hace falta que esas personas, atacadas injustamente, tengan oídos para la voz del ángel que la Providencia los enviará, en el consejo de un amigo o, aunque solo sea, en su propio discernimiento sabia y pacientemente ejercitado. Aunque se trate de cambiar de profesión o de lugares de ejercicio, se puede pensar en las dificultades que podían ocurrir en la vida de una familia que no tenía medios para alojarse en Belén y cuyo oficio era tan pobre como el de un carpintero de aldea humilde. La confianza se puede reforzar pensando en cómo la Divina Providencia salvó a un niño contra la poderosa actuación de todo un rey, aunque se tratara del rey de un pequeñísimo estado, como era el Israel de entonces y el de ahora mismo. Con Dios (la Providencia Divina), todo; contra Dios, nada.