Esta vez, el rey cambio de escenario y eligió para el tradicional mensaje navideño del jefe del Estado a los españoles la sobriedad de su despacho de trabajo, en contraposición con el Palacio Real que sirvió de escenario el año pasado en la misma fecha. Iba bien el marco elegido, pues en ese despacho y a lo largo del 2016 que se va, se ha reunido Felipe VI, tras las dos elecciones generales habidas a lo largo de los últimos doce meses, con los líderes de los partidos políticos con representación parlamentaria en busca de una solución de consenso que permitiese la formación de Gobierno, como así ocurrió finalmente después de mucho tiempo con un Ejecutivo en funciones.

Puede que estimase el rey que tras todo lo ocurrido existiese en la sociedad un cierto hartazgo, una lógica saturación política, y por ello su mensaje parece haberse distanciado claramente de lo político para hacerse más cercano y personal, más humano y social. Por encima de los partidos y de los partidismos, ha vuelto a mostrar el monarca su firme deseo de revisar los grandes asuntos y problemas que afectan a la nación, sin hacer una expresa mención de ellos, aunque sus referencias resulten siempre suficientemente nítidas. Se refirió al proceso electoral y a su desenlace como una superación de la situación política, sin incidir en lo pasado, y a partir de ahí su mensaje hilvanó una serie de orientaciones y consideraciones con un destino común: todos y cada uno de los españoles.

No podía faltar el problema del pretendido separatismo catalán, y no faltó. Su aviso fue claro al afirmar cómo la vulneración de las normas democráticas solo produce enfrentamientos estériles y crea pobreza moral. "Son tiempos para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas", dijo Felipe VI, que pidió en su discurso, igualmente, huir de los viejos rencores y cerrar heridas abiertas, en alusión también a cuanto supone la defensa de la ley y de los valores constitucionales. En esta misma vía y en un plano más próximo al conjunto de la sociedad pidió el rey respeto para la convivencia, alegando que ni la intolerancia, ni la exclusión, ni el desprecio al valor de la opinión ajena pueden tener cabida a ningún nivel ni en ningún ámbito, desde el laboral al político. Fue un mensaje rotundo, preciso, y muy oportuno que quizá nunca se ha expresado de manera tan convincente en ninguna tribuna publica como lo ha hecho el monarca en esta nochebuena.

Ha sido su tercer mensaje navideño y como en los casos anteriores era esperado con interés, pues lo cierto es que siempre, cada año, el discurso real interesa a la mayoría de los españoles. Es habitual en los hogares, en esos momentos de celebración familiar, hacerse una pausa para ver y escuchar al rey, algo que también resulta tradicional. Y que no defrauda. Este año ha tenido singular relieve con esa valoración de lo familiar, de los sentimientos y las situaciones personales, de la solidaridad, de la cohesión entre las distintas capas sociales, sobre todo con las que han sido más afectadas por una crisis sobre la que Felipe VI exhorta y anima a la recuperación definitiva. Así sea.