Creo que la paz y la esperanza son posibles esta noche y mañana y todos los días nacidos de cada nuevo año. Solo hay que tener voluntad y quererlas y desearlas. La Navidad puede ser un buen punto de partida. Pero no la Navidad que nos imponen las nuevas costumbres adquiridas, sino la Navidad del amor y de la tolerancia que se extiende más allá de unas fechas en concreto. Sé que en el mundo todavía cabe la esperanza que llega esta noche encarnada en un Niño, Humano y Divino, Dios y Rey. Todavía los hombres son capaces de hacer un hueco a la esperanza en su ánimo y un hueco al Niño Dios en su corazón de hombres siempre con prisa, siempre ocupados y preocupados por cuestiones terrenales que los alejan del camino, de la verdad y de la vida que representa la carne diminuta de un pequeño que vino al mundo con una misión sagrada que no todos saben reconocer. La redención fue su gran obra.

Todavía hoy, la voz de la Navidad, los villancicos alegres, y en algunos casos jocosos y divertidos, se escuchan desde el alta voz de la radio encendida, aunque la radio se hace casi sólo de palabras; en calles y plazas; en los hogares e incluso en nuestras propias voces. Cuántas veces nos sorprendemos a nosotros mismos canturreando aquellas letrillas que aprendimos de pequeños, tan alejadas de esos otros villancicos con aires extranjeros que se olvidan del mensaje, de la sencillez y del fervor de los nuestros. Todavía hoy, los villancicos tienen suficiente poder de convocatoria. Son ellos los que nos llaman a volver a casa por Navidad.

Solo que la Navidad a la que me refiero nada tiene que ver con esa que nos pinta la tele o la otra que se esconde tras la luna siempre llena de los escaparates en los pequeños y grandes almacenes. Esa no es la Navidad que bebimos a sorbos de pequeños cuando los hogares españoles la festejaban hacia adentro. Adentro de las cuatro paredes del hogar, siempre dulce hogar, y adentro de nosotros mismos, en el corazón, sin duda el mejor albergue, el mejor refugio para el hijo de Dios.

La de hoy es noche de paz, ojalá que se puede extender a lo largo de los trescientos sesenta y cinco días que dan vida al año 2017. Aunque mucho me temo que los hombres son especialistas en acorralar y acabar con la paz y están poco dotados para edificarla, para preservarla, para entregarse a ella más allá de las palabras, con los hechos que son la mejor tregua. Y, dice la letra del villancico, que la de hoy es también noche de amor. El amor de Dios hizo posible que así fuera. Fue el padre todopoderoso quien envió al hijo, aún a sabiendas de lo que le aguardaba, del calvario que le haríamos padecer. Todavía permanecía en el vientre inmaculado de su madre, María, cuando ya había un edicto de muerte proclamado. El amor es el único capaz de vencer todas las dificultades. El amor es, posiblemente, la única palanca capaz de mover el mundo y con amor se escribe la historia de esta noche que es de paz y también de amor y de esperanza.

La Navidad es un hecho que tenemos que aprender a vivir hacia adentro. Conviene alejarse de esa Navidad prefabricada que algunos intentan colarnos a veces con éxito, desvirtuando su sentido. Podríamos muy bien empezar hoy. Hacia adentro. Y, desde los adentros, proyectar hacia afuera el amor y la paz y la esperanza que nos llegan en forma de Niño, envuelto en pañales. Un Niño que, siendo quien era, pronuncio con humildad una auténtica lección magistral. Desde mis adentros, el deseo de que la de mañana y la de pasado y la de los días nacidos de 2017, sean noches de paz y de esperanza y de amor de todos con todos. Feliz Nochebuena. Feliz Navidad.