En Chelmno (1942) -campo de exterminio nazi en Polonia- sobrevivió un niño, Simón Srebnik, que cantaba muy bien. Su voz fue el salvoconducto milagroso que le salvó de una muerte horrenda e inmediata. Otro milagro le salvaría también de morir fusilado más tarde. Suerte más bien, porque pudo contarlo.

La muerte, el horror de las cámaras de gas y la voz de un niño haciendo contrapunto a los gritos desgarradores de los masacrados con tanta vileza.

Se preguntaba este superviviente qué otra cosa podía hacer sino cantar para no ir enloqueciendo, para soportar, en parte, la culpa de estar vivo.

En Oberndorf (Austria) 1818, algunos niños somnolientos acompañan a sus padres en la Misa del gallo y cantan, por primera vez, a los acordes de la guitarra de Mohr, "Noche de Paz"; una de las melodías más universales y el villancico más internacional, compuesto por Gruber. De nuevo los niños poniendo, al servicio de la luz, su voz blanca en noche negra.

Los niños son los únicos que tienen derecho a no enterarse demasiado de lo que les rodea, pero gracias a ellos, también nosotros, podemos celebrar que no todo es tan deprimente como lo que nos circunda.

Cantan los niños. Llegó la Navidad.

Navidad viene de natividad: nacimiento. Permítanme que señale este significado, fácil de deducir, por si entre tantas luces callejeras se nos olvida que el motivo de todo el festejo se lo debemos a un niño que nació a la intemperie y -aparte de ser creyentes o no- debemos reconocer que ya ha llorado bastante mientras los demás cantamos. Mas no nos echemos la culpa. Empezaron primero los ángeles. El niño tiritaba pero del cielo bajó una música y un mensaje de paz y tranquilidad para la gente buena.

(El bucle del genoma humano me sugiere un pentagrama trenzado).

La Navidad. La Natividad, debería ponernos a todos frente al espejo de la vida y encontrar nuestra imagen desvalida en sus comienzos. Puede que la compasión por ese ser que fuimos tan endeble y dependiente, tan frágil y menudo, nos haga más humanos y de paso menos soberbios, menos egoístas, porque más allá de las voces de ira y encono hay niños que cantan, como también, cerca de las mesas repletas hay platos vacíos y mesas sin platos.

Pero la humanidad no acaba de reconocerse en su espejo de infancia. Las ciudades olvidan que fueron aldeas y las aldeas hogares paredaños que compartieron la leña y el grano. Si algo me gusta de los belenes y nacimientos es ese remite a nuestros orígenes rurales de la humanidad, al arranque de las primitivas comunidades en su diversidad de oficios y profesiones. Pero Belén reorienta los caminos de la historia hacia un punto: una cuna, un niño.

Hacia allí se dirigen todos en gesto y postura de ayudar. Avanza el gentío: pastores, molineros, castañeras, pescadores, lavanderas... Nadie les obliga, nadie les exige ni apremia pero un recién nacido precisa ayuda y ya es bastante para ponerse en camino.

El belén: el primer biopic de la solidaridad.

Cantan los niños: "Hacia Belén va una burra cargada de chocolate...". Que nuestra voz se sobreponga al silencio de la muerte, al grito desafinado de los intolerantes. Por Navidad, con los niños, pongamos nuestro genoma a cantar.