Conocí el año pasado, por estas fechas más o menos, en todo caso tras las elecciones de mayo, las municipales y autonómicas, a un joven aprendiz de político, de derechas pero como podía ser de izquierdas, mera oportunidad, que nos contaba a unos cuantos, de confianza, el inicio de su carrera y sus planes de futuro, un futuro perfecto si todo llegaba a cumplirse como lo tenía planificado, aunque como todo en la vida dependiese de los giros de la suerte. Pero él, fácil conversador, confiaba en saber situarse, en estar siempre en el sitio justo. De momento, su trayectoria no podía ser menos liviana e incluso menos prometedora, porque era un simple concejal de un pueblo de una provincia cercana, en el que fue censado para ir en la lista echando mano de que uno de sus abuelos había nacido en el lugar. En la candidatura iba en último lugar pero arrolló el PP y hete ya aquí al nuevo edil iniciando su despegue. Hasta entonces, todo su bagaje se había llenado a base de militancia en la sección juvenil del partido, y de reiteradas visitas semanales a la sede para irse dando a conocer y para bajar a por cafés a las secretarias, y todavía antes, o a la par, había intentado estudiar derecho pero no consiguió pasar de primero y lo dejó.

Como otros, pensó que si no pasaba de ser un mediocre o un fracasado en lo suyo, la política lo estaba llamando, y espabilado y listo acudió a la cita, dejándose ver y dejándose notar, conociendo a los dirigentes y los parlamentarios provinciales, como sin querer y de casualidad. De ahí había salido su concejalía en un pueblo, lo que consideraba como el primer paso. Lo tenía claro, por lo que contaba y la forma de contarlo. Su próximo objetivo era una alcaldía, de ese o de otro pueblo, que eso daba igual, y desde esa palanca proyectarse hacia la Diputación, para llegar a ser diputado provincial y codearse ya de pleno con la cúpula directiva, con los caciques locales del partido. A la espera de nuevas metas. Pero con los pies en el suelo, admitía que sus planes podrían fallar, por unas u otras causas por lo que consideraba absolutamente necesario, dijo, disponer de una plataforma fija y sólida. Y para ello, nada mejor que meter la nariz en la Administración, poco a poco, pero dispuesto a tocar todas las puertas que hiciesen falta para buscar un puesto. Una vez como diputado eso sería bastante fácil ya, sino como asesor, si metido a presión en algunos de esos empleos ficticios y eventuales tan abundantes y que encima tienen muchas posibilidades de convertirse en fijos y para toda la vida. Hay miles de ejemplos,

A partir de ahí, y ya con más calma, las cosas podrían dispararse o no. Lo importante, siempre y en todo momento, era ser asiduo visitante de la sede, estar al loro de cualquier oportunidad, que le viesen y le recordasen, pues solo se recuerda lo que se ve. Podría ser nombrado para un cargo, o elegido como suplente de las listas al Congreso o el Senado, quien sabe, y luego con un poco más de suerte acceder al escaño, apretar el botón, y vivir como Dios, aforado y con la pensión máxima asegurada, todo después de haber obtenido una excedencia en la Administración. Hasta ahí, no más, llegaban sus sueños y aunque ya se sabe que los sueños, sueños son, cabe apostar por el novel político y su instinto básico.