Otero de Sanabria. Una pequeña localidad que ha saltado a la fama gracias a la construcción de una futura estación de ferrocarril. La polémica sobre el emplazamiento ha motivado chorros de tinta en columnas de opinión, reportajes en prensa escrita, entrevistas en programas televisivos de máxima audiencia e incluso monólogos de reconocidos humoristas. Pues bien, gracias a Otero de Sanabria se ha confirmado que hablar por hablar y escribir por escribir siguen siendo algunas señas de nuestra identidad. Y es que, como ya dijeran nuestros abuelos, la ignorancia es muy osada. Pocos han hablado de las razones técnicas de la ubicación de la nueva estación ni de las posibilidades de futuro que deben abrirse para un territorio con los mismos derechos que otros a seguir existiendo. Porque lo que realmente debería importar de esta historia es debatir sobre los diferentes niveles de desarrollo de España y las razones que han conducido a que estemos viviendo en un país tan profundamente desigual. Pero no.

Nadia Nerea. Una niña de 11 años con tricotiodistrofia se ha hecho famosa por la estafa de las donaciones recibidas por sus padres, que han utilizado la enfermedad de una hija y la solidaridad de muchos ciudadanos para obtener pingües beneficios. Nunca imaginé que unos progenitores pudieran obrar de tal modo. La supuesta desesperación causada por una rara enfermedad nunca puede ser la razón ni la coartada para montar negocios ocultos y obtener réditos económicos. Por lo que se ve, la picaresca sigue siendo otra de nuestras señas de identidad. Los padres de Nadia podían haber sido protagonistas de cualquiera de las mejores obras de nuestro Siglo de Oro. Ni el pobre Lazarillo de Tormes, que malvivía con pifias mucho más terrenales, lo hubiera hecho mejor. La diferencia es que ahora estamos en el siglo XXI, cuando se supone que algo hemos tenido que haber avanzado en conductas y comportamientos. Pero no. También aquí falla algo, tal vez lo más importante: la honradez con uno mismo y con los demás.

Cristiano Ronaldo. Un futbolista de altura, que se codea con la flor y la nata de eso que llaman "la gente de bien", ha saltado a la palestra esta última semana por razones ajenas a lo que sabe hacer tan bien: dar patadas al balón en un campo de fútbol. Los dichosos impuestos, que si pagados o no, han tenido la culpa de que se haya hablado tanto del astro portugués. No valoraré si lo que se cuenta es cierto o no. Ya lo dirá la Agencia Tributaria o el juez de turno. Si lo traigo a colación es sobre todo porque Cristiano Ronaldo se ha convertido, al igual que otras estrellas del balompié, en un fenómeno de masas que atrae a millones de personas, muchos de ellos niños, que se ven reflejados no solo en sus modos de jugar sino también en sus maneras de vivir. Por eso es tan importante que sean ejemplo de buen hacer para todos, pero especialmente para los chavales, que siguen a sus astros como si realmente fueran dioses en la nueva sociedad del consumismo en que hemos convertido nuestra convivencia.