Cuando escribí un resumen biográfico de don Miguel de Unamuno, citaba algunas de las obras de su numerosa producción literaria, dejando de aludir a otros muchos títulos para no alargar el texto de mi narración. Uno de los lectores de la red social Facebook donde la publiqué, me sugirió que debía haber citado la novela "San Manuel, Bueno, Mártir", porque tiene como escenario el Lago de Sanabria y sus alrededores. Considero que tiene toda la razón este amigo de Facebook, pues no debí omitir la mención de una novela en la que Unamuno sitúa las andanzas del cura Manuel Bueno junto a los monjes bernardos de San Martín de Castañeda.

Ya dice don Miguel de Unamuno, en el prólogo de esa novela, que el escenario se lo sugiere el maravilloso y sugestivo Lago de San Martín de Castañeda, en Sanabria, al pie de las ruinas de un convento de monjes de san Bernardo y donde vive la leyenda de una ciudad, Valverde de Lucerna, que yace en el fondo de las aguas del Lago. Cita el autor a Ribadelago y a Galende, poniendo la narración en boca de Angelina Carballino y su hermano Lázaro. A don Manuel Bueno, que lo atosigaba el pavoroso problema de la personalidad, lo que más le interesaba era que las gentes del pueblo vivieran felices, sin pensar en lo que vendría después.

Don Manuel como párroco de aquella legendaria aldea de Valverde de Lucerna quería que sus feligreses vivieran felices. Su vida era arreglar los matrimonios desavenidos, reducir a sus padres los hijos indómitos o reducir los padres a sus hijos, consolar a los amargados y ayudar a todos a bien morir.

Decía haber oído las campanas de la villa que se dice están sumergidas en el lecho del lago, que se oían en la noche de san Juan.

En la novela se cuenta que don Manuel Bueno, en una boda, dijo una vez: "¿Ay si pudiera cambiar todo el agua de nuestro lago en vino, en un vinillo que por mucho que de él se bebiera alegrara siempre sin emborrachar nunca...!".

San Manuel Bueno decía que estaba para hacer vivir a las almas de sus feligreses, para hacerles felices, para que soñaran ser inmortales y no para matarlos.

Su agnosticismo lo llevaba a aconsejar a los fieles que fingiesen creer si con ello encontraban la paz, la felicidad, la ilusión. Entendía que con conocer la verdad, su verdad, las gentes no vivirían. Cuando le preguntaban: "Padre, cree usted en la otra vida". El pobre santo sollozaba: "Mira, hija, dejemos eso". De todas sus incertidumbres Manuel Bueno concluía: "Hay que vivir, hay que vivir". No tenía nada claro lo del otro mundo y lo de la vida eterna.

Cuando Angelina Carballino llegaba a aquello de "Ruega por nosotros los pecadores", le preguntaba: ¿Cuál es nuestro pecado, padre? Contestaba don Manuel: Ya lo dijo Calderón de la Barca en "La Vida es sueño": "El delito mayor del hombre es haber nacido". En los últimos momentos de su vida, decía: "Cuidad de estas pobres ovejas, que se consuelen con vivir, que crean en lo que yo no he podido creer".

La novela de Miguel de Unamuno es un reflejo del pensamiento del autor, de sus incertidumbres, de sus propias contradicciones y paradojas, una expresión de su intimidad. Su angustia personal y su idea de entender al hombre como "ente de carne y hueso" y la vida como un fin en sí mismo se proyectaron en sus obras literarias.