Estos del PP, cada vez más rojos, oye. Lorca, quizá recuerde alguien, creía en el poder transformador del teatro y se inventó La Barraca, para ir haciendo teatrillo por los pueblos más humildes. Ochenta años después, los del PP señalan el auténtico camino: no se trata de hacer teatro para el pueblo, ni para los pueblos. Se trata de que los pueblos tengan su propio teatro, como si fueran ricos, como si les sobrara pasta a mansalva. Y no en un pueblo, claro, ya ves tú; sino en la capital. Para que los capitalinos nos quedemos con tres palmos de narices. Hala. Zamora ciudad tiene su teatro, en Principal. Es pequeñito. "La Bombonera" lo llaman, con cariño, los cómicos que lo visitan. Es del Ayuntamiento. ¿Por qué iban a ser menos los restantes pueblos de la provincia, a ver? Todos, oye, no podrán tener su teatro. Es más, casi ninguno puede tener teatro propio, salvo Benavente, Toro y alguno más. Pero para eso se inventaron las diputaciones. Para que a los pueblos pequeñitos no les faltara de nada. En particular, ningún lujo estéril siempre que sea vistoso y sirva de reclamo electoral. Y ahí tenemos, al fin, el recuperado Ramos Carrión. Un teatro mucho más grande, más lujoso que el Principal, a muy pocos metros el uno del otro. Pero el Ramos, ojo, es de los pueblos. Ni se nos ocurra a los de la capital tenerlo como propio. De hecho, por si había dudas, la Diputación ha decidido que a los de los pueblos las entradas les salgan más baratas. En los pueblos están que dan palmas de alegría y no duermen pensando en las grandes funciones que van a disfrutar. Algunos habrán salido ya de camino, porque como no tienen transporte ni coche propio tardan varios días en llegar. ¡Viva el PP!

Daría para una novela la mar de interesante, la verdad, todo lo del Ramos de la Costosísima (mejor que Excelentísima) Diputación. Pero tendría que escribirla el último premio Cervantes, Eduardo Mendoza. En vez de "La ciudad de los prodigios", la de los "mangantes". No, perdón. Eso no queda gracioso y te pueden denunciar. En vez de "El laberinto de las aceitunas", "El laberinto de los dos teatros en la ciudad sin espectadores". Demasiado largo, quizá. Bueno, que Mendoza, cuando escriba la novela, busque título; no se lo vamos a dar todo hecho. Porque la novela sí que está y no se tiene que esforzar. Teníamos un teatro, recordarán. Era de la Diputación, pero se había alquilado a una empresa y estaba convertido en cine. Hasta que al cine se le fue acabando el gas y la sala cerró. El Ramos quedó bastante tiempo cerrado, triste, sin función. Su propietario, la Diputación, se dijo:

-Caramba, algo habrá que hacer con él.

Pero no se le ocurría nada. Raro, ¿verdad?, con la de gente que tiene a sueldo y con tiempo para pensar... Así que un día, sus responsables decidieron:

-Pues, oye, mientras se nos ocurre algo, lo rehabilitamos, no sea que se nos caiga y tengamos función, pero de la otra.

Y se aprobó rehabilitarlo. Los zamoranos, que tenemos mucha fe en los diccionarios, pensamos que rehabilitar era reparar, arreglar desperfectos, limpiar y pintar. Para nada. De pronto, entraron excavadoras y tumbaron el teatro entero, con la sola excepción de la fachada, supongo que para disimular. E hicieron un teatro nuevo. Tardaron lo mismo que cuando los egipcios hacían las pirámides. Pero, ¿para qué iban a tener prisa, si no sabían qué iban a hacer con él después? El problema es que arreglar no cuesta lo mismo que edificar algo nuevo. El problema es que cuando las obras se eternizan, a lo que cuestan no paran de brotarles ceros y más ceros. Total, que el nuevo Ramos costó lo que no está escrito. Y que terminado al fin, como seguían sin saber qué hacer con él, se lo han ofrecido al mejor postor privado. Y que el arrendatario va a estrenarlo al fin con lo más comercial que pueda encontrar... La sensación de timo absoluto es difícil de esquivar. Nos timaron con lo de la rehabilitación, timan a los pueblos enterrando una millonada en un teatro en la capital, timan al sentido común queriendo que un teatro funcione en una pequeña ciudad como la nuestra sin coordinarse con el otro que hay a pocos metros. Y van a timar -no queda otro- nuestra magra y triste vida cultural: el Ramos, en manos de la iniciativa privada, aspirará a ser negocio; ruinoso, desde luego, pero negocio.

Si Mendoza escribiera esta novela, nos íbamos a divertir. Pero como no es novela, vamos a llorar bastante. Ya verán.

(*) Periodista, escritor y secretario

general de Podemos Zamora