Se necesita hacer un esfuerzo para recuperar la memoria en ese momento dramático que vivió la ciudad. Es la época que arranca con el final de la guerra civil. Siento sensaciones contradictorias, aunque por la edad temprana no se enterase uno de la misa la media. Y digo contradictoria por los agentes sociales que gestionaban el final de la guerra y la consolidación del Régimen. Estaban los estamentos civiles y militares por un lado y por otro la Iglesia, que aumentó su influencia en el terreno de los valores sociales y morales, creando una sociedad llamemos sacralizada. El lema recurrente era "Por el Imperio hacia Dios. Arriba España". La Iglesia ponía presión a la ciudad con las Misiones: Unos días con la ciudad revuelta por unos sacerdotes venidos a ejercer su apostolado de forma intensa. Todavía recuerdo los días de Misiones, en los que la ciudad quedaba sujeta a un programa de actos piadosos, específicos para cada grupo, y con un horario saturado con sermones incidiendo en la inminencia de la condena por nuestros pecados, provocando confesiones públicas de los recalcitrantes pecadores, que jurarían antes morir que reincidir. Y buena les esperaba a las mujeres: que si no llevaban medias, que si montaban en bicicleta, que si las mangas de los vestidos, etc. Todo sería tenido en cuenta ante el tribunal del Altísimo. Los altavoces de la calle nos levantaban de mañana para ir prestos a escuchar el sermón con los tormentos del infierno y los cánticos que todos entonábamos. ¡Perdona a tu pueblo, Señor, perdónales, Señor! ¿Pero de qué pecado nos estaba pidiendo cuentas Dios? Porque la gente que se acusaba en público era gente joven, y solteros, que los casados no se exponían, y siempre los mismos pecados de la carne, no la de Aliste, sino la otra. El poder de la Iglesia se consolidó en estos años, como lo demuestra el Concordato vigente. Pero a partir de los años 50, y con la subida al papado de Juan XXIII, surgen movimientos de solidaridad dentro de la Iglesia ante los problemas de las clases modestas, desplazados de sus pueblos, con una base económica precaria y que empezaban a ocupar los alrededores de las grandes ciudades del país, en barrios de chabolas. En Madrid aparece la HOAC, rama de Acción Católica y la actuación de un jesuita, el padre Llanos, por los años 55 en el asentamiento de los poblados Cerro del tío Pío y el Pozo del tío Raimundo. Esta sensibilización despertó la inquietud en otros segmentos de la sociedad. Incluso en mi profesión de arquitecto hubo una generación de personas iniciando su ejercicio profesional y que tuvieron una importante influencia en el desarrollo de estas unidades vecinales, y a los que considero mis maestros por cómo abordaron conceptos y métodos peculiares del alojamiento para clases sociales y economías modestas. Además, la Iglesia reconoció la valía de las formas de la nueva arquitectura, que rompía con la tradición herreriana que es la que propugnaba el Régimen. Con lo cual estos jóvenes profesionales tuvieron la oportunidad de proyectar templos, albergues, colegios, etc. que parecían referirse a otra Iglesia más moderna. Fueron estos profesionales, entre otros, los Oiza, Romaní, Molezún, Corrales, etc.

El movimiento social que crecía en torno al problema del alojamiento era visto por el Régimen con cierta inquietud, porque se decía que detrás de todo estaba el comunismo (porque de los masones ya nadie se acordaba) y lo que hizo el gobierno fue reforzar el control para que no se les escapasen de las manos estas agrupaciones y cooperativas. El efecto positivo de la presencia de estos poblados de raíz católica es que sirvieron de acicate para que el propio Estado se hiciese cargo de la promoción de viviendas y de la ordenación de barrios, aprovechando la experiencia técnica y profesional que habían desarrollan estas organizaciones. Así, en Madrid, y por encargo del Ministerio de la Vivienda, se desarrollaron los denominados poblados de absorción, como los de Fuencarral, Caño Roto, Hortaleza, Orcasitas, etc. Cuando se hace la Transición, la promoción de estos polígonos quedó en manos de la Comunidad de Madrid, que a su vez dio entrada a cooperativas, como las de UGT, y se producen actuaciones en nuevos barrios como Palomeras y Madrid Sur en Vallecas. Son actuaciones ejemplares que tratan de ofrecer un equilibrio entre bloques de edificación y espacios con equipamientos para dar suficiente autonomía al barrio. Y ofrece ordenaciones de las barriadas con un desarrollo armónico y con los equipamientos programados. Estos datos dan idea del peso de estas promociones públicas en un modelo de ciudad con caracteres propios, y que tuvo réplicas en otras capitales enfrentadas a problemas análogos con sus inmigrantes.

En Zamora, a pesar de no contar con un desarrollo industrial apreciable, también se notó la presencia de agrupaciones católicas para el desarrollo comunitario, como la JOC que habían adquirido cierto impulso, y que estaban dirigidas por algunos curas jóvenes. Pero estas agrupaciones fueron acusadas de estar infectadas por ideologías sospechosas, contrarias al ideario del Régimen, y además representaban una amenaza para los promotores inmobiliarios. Estos grupos no tuvieron la suficiente fuerza reivindicativa para que los órganos del Estado o el Ayuntamiento imitasen el ejemplo y tomasen las medidas para ocuparse de sus reivindicaciones. Únicamente había el antecedente cuando la Obra Sindical hizo los denominados Bloques en la carretera de Tordesillas, en años anteriores a los de la fiebre inmobiliaria, en los años 50.

Como yo estaba trabajando en los proyectos para una cooperativa de la JOC de la Acción Católica de Segovia en los años 60 conecté con gente de la JOC de Zamora que, agrupados en torno a un sacerdote joven de la barriada de San José Obrero, luchaban por hacerse presentes, planteando las necesidades de la gente trabajadora, y con la idea de llegar a formar grupos y constituir cooperativas para dotar de vivienda a sus socios. Aquí, sin el apoyo de las autoridades de la Iglesia y del Ayuntamiento , no pudieron subsistir. En Segovia la gente de la JOC se encontró con muchas dificultades, principalmente por parte de los empresarios inmobiliarios, que decían que les llevaba a la ruina esta competencia. Esa era una razón falsa porque el marqués de Lozoya y su yerno, que presidía la Junta de Patrimonio, no toleraban promociones inmobiliarias de dimensiones excesivas dentro de la ciudad, protegida por su carácter monumental. Y gracias a estos señores esa ciudad conservó su arquitectura tradicional y de paso se logró despertar la atención para la rehabilitación de sus viejas casonas, en contraste con lo que se hizo aquí, que fueron destruidas sistemáticamente y no se acometió nunca la rehabilitaron de los barrios compuestos con viejas viviendas.

En el caso de Zamora, la JOC de San José Obrero pasó a mejor vida. No conozco con detalle las vicisitudes de cómo se produjo el colapso de esta asociación, pero sí deduzco la satisfacción que los promotores inmobiliarios debieron sentir ante un campo libre de competidores, y sobre todo de un poder de influencia omnímoda en el medio municipal. ¿Y qué fue de aquellos cuadros de la JOC, o de la HOAC, que habían sido líderes del movimiento social de la ciudad? Pues que fueron a engrosar las filas de un partido que empezaba a salir a la palestra: el PSOE. Son estos antiguos militantes los que podrían explicarnos el corto recorrido de esta agrupación católica y de otras laicas que, sin embargo, fueron la base de los cuadros del partido que iba a gobernar en el país. Lo que sí puede afirmarse es que el PSOE hizo todo lo posible para que nadie se volviese a acordar de aquellas organizaciones cooperativistas, nacidas con el solo apoyo de algunos eclesiásticos progres.