El uso de las nuevas tecnologías está acabando con muchas cosas que hasta hace bien poco eran parte del paisaje cotidiano, y que aunque aún se resisten a la desaparición total, acabarán haciéndolo y las nuevas generaciones ya ni conocerán. Claro que peor es esa otra desaparición que surge como directa consecuencia: la de los puestos de trabajo que pasan a ser ocupados por las máquinas, un proceso casi en sus comienzos todavía pero que puede tener unos devastadores efectos sociales y económicos, y que en cualquier caso ya se ha hecho notar y a muy alto precio. Y peor la desaparición generalizada, aunque siempre queden reductos, de unos principios éticos y morales que las concentraciones de poder de cualquier tipo, en forma de lobbys o de otras formas, está destruyendo de manera sistemática pero que cada vez se hace más patente y visible. Hay que suponer que lo mismo que la naturaleza tiene capacidad suficiente para regenerase, igual que el cuerpo humano, también la sociedad sepa reaccionar a tiempo y volver a poner las cosas en su sitio, donde nunca debieron dejar de estar y nunca hubieran estado si los gobiernos débiles, siempre en busca de votos al precio que sea, incluso a la renuncia de sus ideologías, no se apresurasen a tragar con las ruedas de molino políticamente correctas. Como cuando Estados Unidos se acatarra, todo el mundo tose, habrá que ver si las políticas de Trump se dejan sentir.

Mientras, por aquí y por allá, todo semeja el acabose. Los grandes bancos que siguen ganando millones y más millones no ceden en sus expedientes de regulación de empleo para miles de empleados que lejos aún de la jubilación pasan a ser forzosos prejubilados. Y con ellos, desaparecen igualmente las oficinas bancarias esas, tantas, con las que se encontraba uno al doblar cualquier esquina, atendidas por un par de trabajadores de cercanías y productos financieros, algunos de los cuales en los últimos tiempos, como se sabe, han acabado en los tribunales de justicia. Hay ahora la mitad o menos de las sucursales que había en la época de las vacas gordas. Porque, además, el acceso a las cuentas y a las operaciones se realiza ya masivamente a través de Internet, aunque a la gente siempre le quede la suspicacia de la seguridad suficiente, a la que acaba venciendo la comodidad. Quedan aún los cajeros automáticos, en los que ya cualquier operación se puede hacer, pero acabarán desapareciendo algún día, en cuanto el dinero deje de circular sustituido por las tarjetas y el pago con móvil. El Gobierno quiere reducir aún más los pagos en efectivo para evitar el blanqueo, mientras el gran capital sale hacia Suiza.

Hay otras muchas cosas llamadas a su desaparición más pronto o más tarde. En ello están por ejemplo las cabinas telefónicas, que están siendo eliminadas de las ciudades, e incluso en los hogares el teléfono fijo, sustituidos ambos por el servicio total de los "smartphones", aunque haya que cargar sus baterías diariamente. Y lo mismo puede decirse de las cartas, sustituidas por el correo electrónico. Cuando llega algún sobre sabemos que se trata de una factura o de propaganda. Y de las publicaciones, ya instaladas en la realidad virtual, lo que afecta también a los kioscos y puntos de venta, cada vez menos.