A cien metros de donde escribo estas líneas llegaba, en 1892, un multimillonario. Se hospedó en un hotel de la calle donde aún hoy llevo a remendar mis zapatos. Hablo de La Coruña donde atracó el barco que trajo a Mr. Archer Milton Huntington desde Estados Unidos. Venía a España fascinado por su cultura y tradiciones que, en las postrimerías del siglo XIX, aún pervivían entre la frescura del folklore y el atraso económico. Cual Ciudadano Kane acaudalado pero sin megalomanía neurótica, dio orden de comprar -a colecciones extranjeras, mayormente, para no esquilmar el patrimonio autóctono- tesoros de arte popular, desde trajes a cerámica, cuadros, libros, manuscritos, incunables, esculturas... y hasta una rejería catedralicia despistada. Todo para dar contenido a su proyecto museístico: La Hispanic Society of America, en Nueva York.

Para la biblioteca de dicho museo encargó a Sorolla, el pintor español "number one" del momento, una serie de lienzos sobre las regiones de España. Se trataba de forrar, casi literalmente, las paredes de la sala de lectura, con lienzos que debían ser como una mega-cenefa de setenta metros de perímetro.

En la pared frontal pinta "Castilla", también conocido como "La fiesta del pan", una tela de dimensiones tan enormes que no cabe en la pared más grande del salón de mi casa. Evidentemente su calidad e importancia no radica en el tamaño sino en la ejecución pictórica de la misma.

El conjunto de lienzos al que dedicó cinco años y no llegó a ver expuestos, mereció, en su época, valoraciones dispares y no siempre positivas. Pero era su visión del conjunto de España, la de Sorolla artista. "La fiesta del pan" que nos ocupa es un poema sinfónico de colores, de rostros, de tipos y trajes, de miradas y gestos que huyen del tremendismo de la España negra. Nos muestra a la gente del campo con sus mejores galas, como entonces a ella le gustaba retratarse ya que en su afanoso quehacer diario no siempre se encontraba "presentable" para pinceles o cámaras. Sorolla sabe esto y, aunque hace innumerables apuntes y bocetos del natural, pinta al pueblo ataviado con trajes de romería en la ofrenda del pan.

Con intención escenográfica y festiva nos muestra a la gente con esa dignidad antigua y noble que rehuye la compasión, aun viviendo su existencia con sacrificio y reciedumbre.

En el centro del cuadro, un niño porta un cántaro de barro, como el que un servidor con edad aproximada cargaba en Villarrín de la fuente hasta mi casa. Y para más datos a favor de la fascinación que siento por el cuadro, podemos contemplar una moza, de espaldas, engalanada con el rodao de paño negro zamorano. Quizá quiso señalar con ello la presencia de nuestra provincia, en el conjunto, con su comarca de la Tierra del Pan y la elegancia de sus mujeres.

No caben más alabanzas en este espacio. Sorolla ya fue grande en su época. Un tanto eclipsado por las vanguardias, ahora sigue creciendo.