Sobre la vida y obra de Juan del Enzina, dejó escrito don Marcelino Menéndez Pelayo en su Antología de poetas líricos castellanos desde la formación del idioma hasta nuestros días que el investigador "tiene mucho que espigar allí". Esta recomendación del ilustre filólogo, historiador, profesor y académico cántabro, propuesto para premio Nobel, hoy postergado cuando no considerado anacrónico y vituperado en ciertos ámbitos académicos universitarios, ha sido seguida por gran número de investigadores leales a la primacía del conocimiento científico y seguidores fervientes del método empírico de la búsqueda de la verdad.

Estoy convencido de que en la facultad de Filología de la Universidad de Salamanca también consideran válido el método heurístico para encontrar las soluciones adecuadas, tras el consiguiente proceso de búsqueda y verificación, a problemas pendientes de resolver. Pero de lo manifestado en varios escritos hechos públicos desde la mencionada facultad, con motivo del reciente homenaje a Juan del Enzina, se deduce claramente que, al menos en lo que se refiere a la biografía de dicho poeta, se equivocan al atribuir sin base fidedigna ni autoridad alguna la naturaleza de salmantino a quien nadie, hasta el momento, ha podido demostrar que haya nacido en Salamanca o en su provincia.

En estos ámbitos, tradicionalmente, si una verdad no ha podido ser probada, no debe ser proclamada categóricamente, quedando relegada al difuso entorno de las hipótesis hasta que pueda acreditarse por fuentes fehacientes. Es por eso que los investigadores que han pergeñado la biografía de De la Enzina se han abstenido de señalar el lugar de su nacimiento al no poder afirmarlo con toda certeza, excepción hecha de Ana Cecilia Prenz (Universidad de Trieste) que lo sitúa en Salamanca. Barajando diversas hipótesis, los demás no han querido traspasar los límites de la mera atribución con ciertos visos de posibilidad. Aludiré solamente, por razones de espacio, a Manuel Cañete y Francisco Asenjo Barbieri, junto con el ya citado Menéndez Pelayo.

De entre los lugares atribuidos, el que goza de mayor probabilidad, hasta el presente, es la villa fronteriza de Fermoselle (Zamora), último confín de la comarca de Sayago, cuna del dialecto sayagués, lenguaje rústico en el que (¿por casualidad?) basó Juan del Enzina la jerga que los pastores protagonistas de sus comedias utilizan. Pues bien, de esta villa sayaguesa partió el padre del poeta, Juan de Fermoselle, para avecindarse en Salamanca, en busca de mejores oportunidades para ganarse la vida. La fecha de esta migración la aporta en 1943 el que fuera catedrático de Filología en la facultad de Filosofía y Letras de Salamanca, Manuel García Blanco (1902-1966), que dice tomar "de las investigaciones de mi compañero en la Universidad salmantina Ricardo Espinosa" (1894-1980). Y señala, refiriéndose al poeta: "Hijo de un menestral humilde, seguramente zapatero, que aparece viviendo en Salamanca hacia 1481". Por lo tanto, en esta fecha nuestro poeta y músico, nacido en 1469, era ya un muchacho de 11 o 12 años de edad y natural de Fermoselle, puesto que su familia residió y no se movió de allí hasta mudarse a la ciudad del Tormes.

Nadie hasta ahora ha aportado una hipótesis más documentada y que pueda ofrecer mayor crédito. Por consiguiente, hoy por hoy, tampoco nadie debería considerarse legitimado para usurpar, sin pruebas más autorizadas que las que aquí se anotan, el linaje de fermosellano, sayagués y zamorano de este esclarecido poeta.

Perseverando los salmantinos en su más que improbable atribución en beneficio propio, además de equivocarse, estarían trocando lo que sentencia el conocido proverbio latino "Quod natura non dat, Salmantica non prestat" por este otro, en absoluto conveniente para su prestigio: "Quod natura dat, Salmantica eripit" (en español: lo que la naturaleza da, Salamanca lo quita).