Cómo sustraerse a la tentación de no escribir hoy sobre Fidel Castro? El viernes por la noche aún no tenía claro el tema de este artículo, aunque ganaba enteros el deprimente y vomitivo espectáculo montado por algunos (una vez más se comprueba que los extremos se tocan) tras el fallecimiento de Rita Barberá, quien para los ¿suyos? pasó de apestada a heroína y para otros no mereció del respeto de un simple minuto de silencio. Pero ayer me desperté con la desaparición del líder de la Revolución Cubana y se me vinieron encima los recuerdos de toda una vida, porque el mayor de los Castro ha habitado entre nosotros, para bien o para mal, desde que tenemos uso de razón. O, al menos, para mí que aún me acuerdo de los comentarios que circulaban por el pueblo cuando la crisis de los misiles, que estuvo a punto de desembocar en una guerra nuclear. Entonces, Kennedy era el bueno y los rusos, los malos. Oíamos decir los rusos porque pocos conocían en mi pueblo el nombre de su máximo mandatario y eso que se hacían chistes con lo de Nikita, pero el apellido era demasiado complicado.

Sí se sabía en cambio, pese a las penurias informativas de la época, principios de los 60, mucho relacionado con Fidel Castro. Y todo, claro, negativo. En plena España franquista, lo que oliera a ruso, o a revolución, o a anticatolicismo, o a expropiaciones de tierras, fábricas, etc. era diabólico, reino de Satanás. Y en casa de mi abuela Ignacia había otro factor añadido. Dos de sus hermanos, Manolo y Ulpiano, tenían un restaurante en La Habana. Les iba bien, o eso aseguraban en sus cartas. Pero llegaron Fidel y sus medidas. Y la supuesta herencia, con la que, a decir verdad, nunca contó mi abuela, se evaporó. Hasta que un cubano exiliado en Miami se puso en contacto con ella para decirle que la familia tenía opciones de recuperar dinero y propiedades por ser los parientes más directos de Manolo y Ulpiano, ya fallecidos. Hubo intercambio de correspondencia con el tal Enrique hasta que aquí sospecharon que aquel "amigo desinteresado" solo buscaba que le mandaran pesetas "para hacer gestiones". Nunca supieron mi abuela y sus tres hermanas de aquellas gestiones.

Al oír varias veces esta historia, y pese a ser un crío, ya empecé yo a intuir que la división cubana entre buenos y malos no estaba tan clara. Al igual que el de Miami tenía muchos puntos oscuros, Fidel podía tener algunas luces, o sea no ser tan malo, malísimo. Con el paso de los años, la Universidad y las ganas de cambiarlo todo viví, como tantos otros, la experiencia contraria: Fidel era el bueno, buenísimo y los yanquis, los malos. Y me aprendí las canciones revolucionarias, especialmente la que tiene por estribillo: "Y seguir de modo cruel/ la costumbre del delito/ hacer de Cuba un garito/ y en estas llegó Fidel/ Ya se acabó la diversión/ llegó el comandante/ y mando parar". Fidel, el Che Guevara, la Cuba antiimperialista fueron ídolos para miles de jóvenes españoles y europeos, la esperanza de un futuro mejor. Había que imitarles. Y por eso la izquierda española, sobre todo los numerosos partidos de inspiración comunista (llegué a conocer ocho en mi primera etapa de periodista en Valladolid), no fue crítica con regímenes bajo el influjo de la URSS o China.

Y ahí ya muchos empezamos a olernos que tampoco estos, los rusos y demás, eran los buenos, buenísimos y los americanos y sus socios, los malísimos. Mi desengaño fue creciendo en viajes profesionales a la URSS, Yugoslavia, Hungría y Checoslovaquia. Era fácil comprobar que no había ni un gramo de libertad. Por fin, en 1995, también en un viaje periodístico, pasé tres días en La Habana. Y se me cayeron los pocos palos que me quedaban en el sombrajo. Tampoco había ni un gramo de libertad para los cubanos. No podían entrar solos a restaurantes, bares y salas de fiesta, reservadas a extranjeros; tenían racionada la comida; todo funcionaba en negro; la policía secreta controlaba hasta la respiración; mucha gente vagaba por las calles con la simple pretensión de hacerse amigo de un turista para que le ayudara económicamente? Volví bastante decepcionado, pese a que comprobé que el pueblo cubano tiene una vitalidad y una imaginación inteligente a prueba de Batistas, Castros, soviéticos y yanquis. ¡Ah, y conseguí encontrar la tumba de mi tío Manolo, enterrado primero en el cementerio de los zamoranos y trasladado luego al de los leoneses. Ambos panteones están en la Necrópolis Colón.

Y ahora se ha muerto Fidel, un hombre en la Historia. Pocas personalidades han generado tanta controversia y tantas filias y fobias. La polémica seguirá durante años, quizás siglos, porque tampoco está claro por dónde irá Cuba en el futuro. Dicen que los Castro, hijos de gallego, lo dejan todo atado y bien atado. Eso mismo dijo en España otro gallego y ya ven. Hasta algunos fans de Fidel se sientan en el Parlamento.