El Adviento es el tiempo de alimentar la esperanza que nos prepara a la doble venida del Señor: la histórica en la encarnación, por medio de María (Navidad), y la escatológica al final de los tiempos. El Adviento es tiempo propicio para anunciar la liberación en base a las promesas de libertad y justicia hechas por Dios, aunque todavía no realizadas en su totalidad. Es tiempo, además, de vigilancia ante lo que esperamos, que es el retorno de Cristo en la plenitud de su reino.

Repetir año tras año que estamos en tiempo de esperanza, repetir los mismos ritos, poner las cuatro velas, pronunciar las mismas palabras, nos puede hacer tener la sensación de que todo es lo mismo y seguir pasando al tiempo litúrgico siguiente, sea de epifanía o de cuaresma. Adviento nos habla de la manera que tenemos de mirar la historia, que se nos presenta en la primera lectura de Isaías: "Caminemos a la luz del Señor", "de las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra".

San Mateo, mirando lo que sucede en el presente, en el momento histórico de cada uno y de la sociedad, nos propone lo que es el Adviento: "Estad, vigilantes, porque no sabéis que día vendrá vuestro señor", "por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre". Aún tenemos que esperar en las promesas, es tiempo de ojos abiertos, en este tiempo nace el Señor, pero no es el tiempo lo que determina la profundidad de estas cuatro semanas, sino el sentido que le damos, el cómo interpretamos lo que ocurre en el mundo y en nosotros.

Muchas veces nos encerramos en nuestro propio mundo, agotados en la mirada fría del presente, no somos capaces de levantar los ojos de la esperanza y otear el futuro que viene. La multitud de malas noticias, la historia interminable de guerras, genocidios, desastres, etc., a veces en nombre de Dios, parecen decirnos que es un milagro el que existan aún unos ojos ilusionados en mirar adelante. Una persona sin esperanza no es persona en plenitud, un cristiano sin esperanza, no es cristiano.

Hoy Jesús nos convoca a mirar el futuro, en una actitud de vigilancia. Y es que, en lo profundo del corazón, el hombre de todos los tiempos anhela un futuro abierto a la liberación y a la salvación, que le abra un haz de posibilidades grandiosas.