Por su trascendencia mundial, Fidel Castro era, probablemente, el último vestigio vivo del siglo XX. Una centena caracterizada por haber sabido exhibir lo mejor y lo peor de la condición humana. Siglo de paradojas en el que mientras el mundo evolucionaba como nunca antes hacia la humanización, alcanzaba algunas de las más impensables cotas de inhumana crueldad.

El siglo de la Sociedad de Naciones y de la ONU para tratar de alcanzar el concierto mundial versus el siglo de las ametralladoras despedazando a millones de soldados en la Primera Guerra Mundial y la extensión de la guerra al conjunto de la sociedad y a prácticamente el plantea entero en la Segunda. De los grandes avances científicos, médicos y tecnológicos para facilitar la vida del hombre a las atroces locuras del nazismo y el comunismo, las cámaras de gas, la degradación humana hasta límites inimaginables, los campos de concentración y el gulag. Del holocausto judío de Hitler a la hambruna ucraniana de Stalin. De la penicilina de Alexander Fleming, salvífica para millones de vidas, al genocidio de la "Revolución Cultural" de Mao Zedong en China y Pol Pot y sus Jemeres Rojos en Camboya.

Siglo de las libertades individuales y la extensión y profundización de la democracia como régimen de gobierno y dignificación de los pueblos pero también el de las grandes tiranías extemporáneas que se extendieron como la mala hierba en el tiempo y en el espacio. El siglo de la libertad de pensamiento y el del peor de los totalitarismos, el del control del pensamiento individual del fascismo y del comunismo. El de la intelectualidad comprometida con la libertad como Jean François Revel, o Hannah Arendt y los fascinados por la utopía como Sartre.

Fidel Castro fue en vida, y lo es con su muerte, viva representación de esas paradojas y de los grandes enfrentamientos ideológicos todavía hoy presentes. El revolucionario que quería acabar con la opresión de los cubanos por la dictadura de Batista instauró la más opresiva dictadura de toda América. El libertador del pueblo, aclamado al bajar a La Habana desde Sierra Maestra, se transfiguró bajo el manido subterfugio de evitar la contrarrevolución en carcelero de sus ciudadanos, con la configuración de un Estado policial en el que cada vecino es delator de su vecino y la isla entera una cárcel en la que allí donde no llegan las celdas inhumanas llega la prohibición de abandonar el país. Llegó para que Cuba no fuera prostíbulo de los Estados Unidos y la dejó siendo el prostíbulo del hambre. Para que no fuera un casino de la mafia y se fue atesorando cientos de millones en paraísos fiscales.

No podemos decir que hay un tirano menos en el mundo porque su "alter ego" aún gobierna. Murió, halle su espíritu en la muerte la indulgencia que no mostró en vida y encuentren Cuba y los cubanos el camino de la libertad, la dignidad y la justicia que él les prometió y nunca dio.

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