En la súbita muerte de la exalcaldesa de Valencia y senadora Rita Barberá parece como si el PP hubiese querido descargar su mala conciencia por haberla echado del partido, haciéndola pasar al grupo mixto para que las investigaciones sobre el caso Taula en el que estaba imputada no pudiesen salpicar directamente al partido, tan salpicado ya de corrupción por cada uno de los lados, y su reacción más inmediata ha sido culpabilizar a los medios de comunicación y al resto de los grupos políticos, sobre todos los cuales, pero principalmente sobre la prensa, algunos dirigentes han vertido toda clase de injurias, acusándolos de un acoso que ha acabado en derribo.

Y es que una vez más, esta vez en una ocasión dolorosa, el PP ha vuelto a hacer gala cínicamente de su eterna ausencia de autocrítica y su hipocresía. Porque pretender cargar las culpas sobre los demás no les exime de la postura que no hace tanto adoptaron, tras largas negociaciones con ella, de excluir del partido a una mujer de la vieja guardia popular, tantos años vinculada al poder. Acabaron convenciendo a Barberá de que se fuera, por el bien del PP, y ella lo hizo aunque no dejó su escaño en el Senado porque entendía que ello podría considerarse como un reconocimiento de la imputación, cuyas acusaciones negaba. Cuando los periodistas preguntaban a la gente del PP sobre la situación de la senadora, siempre contestaban con lo mismo, con que ya no pertenecía a su partido. Incluso algunos de los jóvenes incorporados recientemente a la dirección se había pronunciado públicamente, aplaudiendo con feo estilo la decisión tomada de alejarla del PP, dándola por amortizada con creces.

Solo el expresidente Aznar ha sido capaz de reprochar ahora, al conocer el fallecimiento, la expulsión del partido de la mujer que rigió los destinos de la capital del Turia durante casi 25 años. La estupefacción y el dolor de los dirigentes populares en el primer momento y su reacción airada es humana y comprensible, pero más vale quedarse, pasado el impacto emocional, con esa necesidad que luego razonablemente se ha pregonado de hacer una reflexión común por parte de la sociedad acerca de estos casos sobre los que a veces se hacen juicios y comentarios apresurados y que a la postre pueden resultar injustos. Sin que ello mengüe un ápice la responsabilidad de cada cual, lo que se ha dicho y lo que se ha hecho, entre lo que destaca la libertad de expresión y el obligado control ético de los poderes públicos, algo que es un deber elemental en toda democracia que de verdad lo sea.

Es una muerte de la que nadie ha tenido culpa alguna, ni el PP con su ingratitud, ni la prensa o los políticos con sus posturas a veces exacerbadas. Así acaba de explicarlo en Zamora, con total claridad, el prestigioso cardiólogo José Luis Santos, jefe de Cardiología del Clínico, al afirmar que el disgusto no provoca infartos y que la muerte súbita ocurrida a Barberá es algo que puede suceder a cualquiera, y de hecho así sucede. La presión, el estrés, la adrenalina, no son tampoco principales factores de riesgo, y aunque hayan podido tener su influencia es difícil que sean la causa última del fatal desenlace.