El triste caso de esa anciana fallecida en el incendio de su casa por causa de una vela con la que se alumbraba desde que meses atrás su compañía de la luz le había cortado el suministro por no pagar al carecer de dinero para ello, ha conmovido y mucho a la opinión pública. Porque, además, parece que no es un caso tan aislado, y que son bastantes las personas y los hogares afectados por las decisiones de estos inhumanos representantes del capitalismo más salvaje, que eso sí incrementan cada vez más sus inmensos beneficios a costa de subirnos constantemente los precios y los recibos.

En Zamora, el Ayuntamiento tiene firmado un convenio por el cual las compañías energéticas habrán de comunicar los cortes de suministro antes de que se lleguen a producir cuando se trate de facturas impagadas. Es una buena medida. Y lo mismo que hace la Diputación, y Cáritas, se hace cargo de los impagados de luz y gas de los vecinos sin recursos. La pobreza energética se ha hecho visible con el fallecimiento ahora de esa anciana de Reus, pero está ahí y muy agudizada desde los años de una crisis de la que aún no se ha acabado de salir por mucho que Rajoy y sus economistas digan lo contrario, y que se localiza principalmente en ese casi 30 por ciento de población al borde de la exclusión, o dicho sin eufemismo alguno, al borde de la pobreza o en la pobreza misma. El año pasado las instituciones y la ONG de la Iglesia invirtieron más de 120.000 euros en este menester social, lo que da idea de la gravedad que ha adquirido la situación en Zamora. Se calcula que más de 10.000 hogares sufren pobreza energética en la provincia y que 5.000 familias carecen de medios para acondicionar su vivienda de cara al invierno, lo cual puede ir y suele ir en detrimento de su salud. Casi el 10 por ciento de la población zamorana no podrá encender ningún tipo de calefacción en sus hogares.

Los de Podemos, en toda España, empezando por Madrid y también en Zamora se han lanzado estos días atrás a la calle, protagonizando escraches más o menos sonados contra las sedes de algunas compañías energéticas, lo que significa una llamada a la conciencia de todos. Cuenta una veterana vecina de la capital, en el periódico, cómo vive, sin calefacción, ni agua caliente, ni lavadora, porque la paga no da para más. Parece una vuelta a los años 40 y 50 de la España de la posguerra con el carbón de cisco para el brasero en la habitación en la que se hacía la vida, como se solía decir, con el riesgo de las inhalaciones de monóxido -casi 20 casos en Zamora durante el invierno anterior- y una bolsa de agua caliente o un ladrillo caliente envuelto en un papel o un paño para calentar los pies al meterse en la fría cama de la fría habitación en aquellos fríos, helados, inviernos de Castilla que obligaban a estar en casa y hasta en el colegio con bufanda, guantes y abrigo. Que así se iba tirando.

Pero de eso ha transcurrido mucho tiempo, y no se puede aceptar de ninguna manera que en el estado del bienestar haya quienes, tantos además, sufran estas carencias de lo más elemental, a las que tienen derecho. Y menos mientras otros, los políticos, derrochan a manos llenas el dinero público.