Estábamos en la última hora de la mañana. Me sentía algo cansado y eso mismo apreciaba en mis alumnos de Historia de la Filosofía. Mientras colocábamos las mesas en círculo me preguntaba cómo presentar de forma atractiva al siguiente pensador de nuestro programa: san Agustín. Decidí contarles la historia, seguramente apócrifa, del encuentro que tuvo el santo, cuando paseaba meditando en el misterio de la Trinidad, con un niño afanado en vaciar el mar valiéndose de una concha. Cuando trató de hacerle ver lo inútil de su cometido, el infante le repuso: "No ha de ser más difícil secar el ancho mar que desentrañar el misterio que bulle en tu cabeza". Este relato nos presenta al filósofo y teólogo africano con fidelidad. Nació en el siglo IV en Tagaste, la actual Argelia, en una familia acomodada, su padre era pagano y su madre cristiana, también santa, de nombre Mónica, que educó al niño en su religión. Agustín fue impulsivo, soberbio y muy inteligente. Se dio a una vida desordenada, siempre curioso y en constante búsqueda de la verdad. Reniega del cristianismo por su desconfianza hacia una fe impuesta y no apoyada en la razón, mantiene posiciones filosóficas cercanas al escepticismo, aunque no por mucho tiempo, su búsqueda de la verdad en el conocimiento fue determinante en su adhesión al maniqueísmo, religión muy extendida en el siglo III y IV. Era una doctrina dualista que se articulaba en torno a dos posiciones opuestas, una buena, la luz y otra mala, las tinieblas. Se trataba de reconocer y potenciar el lado bueno y luminoso de cada hombre, seguirlo y así obtener la salvación. Fue fundada por Manes, un sabio persa que rivalizó con el budismo y el cristianismo. Defendía que Zoroastro, Platón, Jesús o Buda eran figuras religiosas que fueron enviadas a la humanidad para su liberación espiritual.

San Agustín, que había encontrado con los maniqueos respuestas fáciles al mal y sus pasiones, pronto necesitó respuestas más complejas a sus inquietudes intelectuales. Comenzó a leer a los neoplatónicos para consumar su definitivo reacercamiento al cristianismo. En el 391 fue ordenado sacerdote y cuatro años más tarde es nombrado obispo de Hipona. Su obra teológica, filosófica y moral es ingente. Se convertirá en el campeón de la cristiandad. Su influencia solo se verá disminuida cuando surge, en el siglo XIII, figura de similar talla: Tomás de Aquino.

La biografía de Agustín nos permitió aquella mañana ponderar diferentes vivencias, comparar nuestros tiempos con aquel de finales del imperio romano. Tratamos de reconocer actitudes como las de antaño. Encontramos religiones monoteístas, con sus dogmas y sus fieles más o menos fanatizados, también agnósticos que evitan pronunciarse sobre dioses y otras trascendencias, pero, sobre todo, lo que sí vemos cada día, lo que escuchamos frecuentemente, son proclamas maniqueas, actitudes y comportamientos grotescamente maniqueistas. Puede que se trate de literatura, de arte, de educación o de fútbol, no se preocupen, ahí se enfrentarán los poetas con los novelistas o estos con los partidarios del ensayo, habrá contienda entre los defensores del arte moderno y los que lo detestan, del mundo educativo surgirán los antipedagogos para anunciar el hundimiento del futuro de nuestros hijos y los del Madrid se alegran de que el Barcelona no gane. Alrededor de nosotros encontramos un mundo dividido en dos partes antagónicas. Sabemos que en nuestro desarrollo psicológico infantil necesitamos seguridad y tener claro quiénes son los buenos, para no tener miedo, sobre todo, pero que además hayamos sido formados y nos hayan inculcado esta separación tan brutal entre buenos y malos, nos ha convertido al maniqueísmo, sin saberlo. Dudo mucho que aquel estúpido presidente americano, George W. Bush, lo supiera, aunque hablaba del Eje del Bien y del Eje del Mal con soltura. Tampoco Trump, recientemente elegido por millones de Homer Simpson, lo sabe, a pesar de que tenga muy claro quiénes pueden hacer grande a su país y quiénes no. De los EE UU nos llegan los productos Walt Disney, apóstol fundamental de este pernicioso dualismo. También las películas del Oeste clásicas nos mostraban cuán malos y salvajes podían ser los indios. Este simplismo puede ser dramático. De hecho, ya lo está siendo. De él procede la trágica desigualdad que asuela nuestro país y otros en Europa. Nos engañaron y manipularon cuando nos dijeron que sólo había una política económica buena. Hoy ya sabemos que era mentira.

San Agustín abandonó posturas maniqueas, lo hizo para entregarse a una doctrina dogmática, el cristianismo, que olvidaba a los hombres para atender al Dios de la Iglesia de Roma. En el excelente libro "Vita brevis", de J. Gaarder, encontramos la carta manuscrita que supuestamente Floria, su amante y madre de su hijo Adeodato, le escribió con ironía después de haber leído sus "Confesiones". Dice así: "Tú buscabas una verdad que salvara tu alma de todo lo perecedero. Yo te decía, abrázame fuerte, la vida es muy breve y no es seguro que haya una eternidad para nuestras frágiles almas, tal vez solo vivamos aquí y ahora. Pero nunca estabas de acuerdo con esto. Tú buscarías sin descanso hasta encontrar la eternidad de tu alma".