Será verdad que existe eso que llaman el instinto maternal y que, como su nombre indica, solo afecta a las mujeres? Me resisto a creerlo pero al final vamos a tener que rendirnos a la evidencia. Una de mis sobrinas está a punto de ser mamá y ya tiene todo preparado para la llegada del bebé. El otro día, las mujeres de la familia, incluida una prima que no quiere tener hijos, contemplábamos embelesadas los trajecitos, los gorritos, los arrullos y las ranitas ordenados en la habitación preparada para la llegada del peque. Los hombres, en cambio, tras echar un vistazo al cuarto y lanzar un mustio "muy bonito todo", se largaron al salón a ver la tele. "Verás" -se justificaba luego mi marido ante mi incredulidad porque no había hecho ni caso a la decoración del cuarto ni al ajuar del niño-, "a mí, con lo de las cosas de los bebés me pasa lo mismo que a ti con el coche. No te importa si el volante es de cuero o si arranca sin llave. Mientras funcione, te da igual". Efectivamente, no entiendo cómo puede nadie emocionarse con un espejo retrovisor electrocrómico. En cambio, ¿no son adorables esos pijamitas y esas polainas chiquititas con pies minúsculos? ¿Esto es porque soy una mujer? ¿Nos pasa a todas? Espero que sea algo puntual ante la emoción del inminente nacimiento porque eso de babear delante de unos patucos resulta de lo más patético convencida como estoy de que la plenitud de la vida de una persona, hombre o mujer, no depende de si tiene o deja de tener hijos.

Lo que parece cierto, al menos por los Me gusta en el Facebook, es que nosotras somos más sensibles a las carantoñas infantiles, los bebés metidos en macetas, los cachorritos con ojos adorables y todo tipo de cursiladas relacionadas con la infancia en cualquier especie que no repte ni tenga más de cuatro patas, mientras que los hombres matan por sus hijos pero no parecen volverse locos por la parafernalia que rodea a los pequeños.

Puede que esos millones de años en que nuestras antepasadas se dedicaron a cuidar la cueva y la progenie no se puedan borrar de un plumazo. Ellos, salvo excepciones, ya no salen a cazar, pero también tienen grabados en sus genes aquellos tiempos en los que su vida dependía, entre otros factores, de correr más que el de al lado cuando aparecían los leones. Quizá eso explique ese apasionamiento y embeleso que les produce, al menos a muchos de los hombres que yo conozco, un buen coche, una buena moto o cualquier trasto que corra con motor aunque ya no necesiten la velocidad para huir de otros depredadores.