En los últimos meses la prensa, y muy especialmente este diario, ha recogido diversos accidentes de tráfico provocados por la fauna salvaje en los campos zamoranos, así como las reacciones entre los vecinos, a los que hay que añadir los sucesos, de los que también se han hecho eco los medios de comunicación, provocados por el ataque del lobo, reintroducido en la comarca, al ganado. Como ante cualquier suceso, las opiniones, casi todas respetables, no son coincidentes ni en el origen del problema ni, desde luego, en las soluciones. Pero siendo esto común a cualquier noticia, no es menos cierto que en lo tocante a la convivencia de los hombres con la fauna la nota más destacada, especialmente si seguimos esos mismos sucesos en las redes sociales, es la virulencia con la que cada cual expresa sus posturas.

La conservación de la fauna, especialmente la autóctona y con problemas de extinción, es una más que admirable propuesta, y ahí está como ejemplo el joven Centro de Interpretación del Lobo y el éxito de visitas que está cosechando, pero dicha conservación debe ir acompañada de la dotación de los medios necesarios, económicos en la mayor parte de los casos, para que no suponga revivir problemas tan viejos como las soluciones propuestas. Porque es justamente este punto el que desata las iras de los unos y los otros, especialmente en las redes sociales, que se tiñen de comentarios llenos de saña hacia la opinión contraria, demostrando con ello la proximidad, tanto de los unos como de los otros, a los comportamientos animales y, por ende, la distancia de lo que cabría esperar de un humano. Frente al lobo, plomo; que se quiten las carreteras para que los animales puedan vivir en su entorno; más batidas frente a los jabalíes; la caza es un asesinato, son algunos de los comentarios, y no especialmente más agresivos, que se leen tras cada noticia dada por la prensa.

Y quizás aquí resida la tragedia del asunto. Porque más allá de los accidentes, de los riegos para la vida humana, de las pérdidas de ganado, lo que estamos dirimiendo es una forma de relación con los animales en general, y con la fauna en particular, que puede ser un síntoma del grado de enfermedad que padece nuestra sociedad, extensible, al menos, al resto de los países llamados desarrollados. Porque, una cosa es la protección de los animales y otra es que la misma se haga desde parámetros humanos, cuando no frente a los humanos en sus quehaceres cotidianos, pues ello puede derivar, en el mejor de los casos, en el absurdo de acabar planteando la vuelta a los caminos de herradura para evitar los accidentes provocados por los jabalíes, por ejemplo, o, en la más enfermiza de la opciones, en considerar en el mismo nivel a animales y hombres, si no a aquellos por encima de estos, lo que conduce a tildar de asesino a un cazador. En otras palabras, que conservar la fauna, evitar el maltrato animal, luchar contra el furtivismo, o regular el uso de animales para la investigación sea no solo conveniente, sino, sin duda, una muestra irrefutable de humanidad no puede llevarnos a anteponer, en caso extremo, el bienestar animal frente al humano sin, a renglón seguido, hacer una explícita defensa de la vuelta a las cuevas y al nomadismo, y mucho menos a preferir la muerte de una persona a la de un animal. Porque esto no solo no nos convierte en una sociedad más humanizada, sino, sencillamente, en una sociedad enferma.

Luis M. Esteban Martín