El Gobierno catalán está envuelto en la inquietud de un tiempo a esta parte, porque no aprenden de su secular historia de fracasos. Su pretensión actual no es algo nuevo, aunque parece que ahora tienen más interés o mejor reacción por parte de algunos súbditos catalanes. Han intentado varias veces esa independencia que ahora los apremia; y todas las veces anteriores solo cosecharon un sangrante fracaso, que algunas veces les costó hasta la vida de alguno de sus paisanos más implicados en la aventura de la independencia. Esta vez, la obsesión por su independencia de España es tan grave que molestan a todos sus vecinos, porque quieren llevar la territorialidad de Cataluña hasta límites inconcebibles.

En la fijación del territorio comprendido en los "paisos catalans" no tienen en cuenta ni el tiempo ni el lugar; y llegan a incluir en sus pretensiones territorios que pertenecieron a España -nunca a Cataluña formalmente- hace más de tres siglos. Los catalanes independentistas no tienen reparos en molestar a los países españoles fronterizos con su territorio reconocido; esos "paisos catalans" incluyen en su intención Aragón, Valencia y las Islas Baleares. De una u otra manera, ya le van respondiendo todos esos que no están reconocidos como Cataluña y en sus respuestas van negando la autenticidad del aserto catalán. Aunque sea, por otra parte, algo inoportuno, algún político aragonés de nacimiento se ha permitido reivindicar lo inaceptable de Aragón como nación independiente.

Incomodar a territorios que pertenecen a España y solo han estado vinculados con Cataluña en alguna aventura pasada por el Mediterráneo, por la coincidencia de caer todos bajo el rey aragonés del momento (nunca bajo otra autoridad) es ya bastante grave y, con seguridad, no tendrá éxito.

Pero ahora ya han incomodado al vecino reino de Francia, reivindicando para su "República" independiente el Rosellón, que con la Cerdaña fueron dos regiones en conflicto español y francés; conflicto que se resolvió hace varios siglos. El asunto ha tenido unas consecuencias que han venido a señalar a nuestros hermanos independentistas su radical falta de proceder. París no ha reclamado para nada al Gobierno catalán por esa pretensión. Ha tenido bien presente que Cataluña es una parte de España; y, en consecuencia (igual que habría hecho, si se hubiera tratado de Castilla y León, por ejemplo) ha dirigido su reclamación ante el Reino de España; y monsieur Saint Geours, embajador de Francia en España, ha manifestado taxativamente que "los habitantes de Cataluña Norte, como los de otras regiones, se sienten franceses, más allá de las "particularidades culturales" y "lingüísticas" que pueda haber en cada una de ellas" . Y, finalmente, -lo que es más duro para las pretensiones de los catalanes independentistas- recordó que "la frontera actual entre España y Francia se fijó en 1659". Más claro no pudo decirles a los independentistas que Cataluña es una región de España; y, por eso, Francia -ante la pretensión del Gobierno catalán- reclama a España; que Rosellón es parte de Francia, sin discusión, desde 1659; y que, por consiguiente, ni siquiera España podría pretender reclamarlo como español.

Es este un punto clave en la controversia suscitada por el afán independentista de los catalanes que pretenden que Cataluña se convierta en una "nación independiente". Con toda claridad Cataluña es una parte de España y sus pretensiones llevadas al colmo de la improcedencia no son admisibles ni puede plantearlas independientemente de España, nación a la que Cataluña pertenece. Se trata, pues, de otra "bofetada" al Gobierno catalán y a los catalanes que, sin pertenecer al gobierno, luchan ardorosamente en pro de la independencia. Es muy importante que la respuesta venga de fuera, que no puedan alegar los catalanes su respuesta acostumbrada: "que España les guarda rencor", "que su pretensión de independencia está cuestionada por España y los españoles". También los vecinos franceses mantienen los límites intocables y responden con absoluta claridad señalando dónde termina Francia y donde comienza España, en virtud de tratados internacionales adoptados de común acuerdo, después de una lucha de siglos por conseguir regiones, que la geografía señala como indudablemente perteneciente a una de las dos naciones (Francia).