La clara división en Podemos que se iniciara cuando hizo la pinza junto al PP para que el PSOE y Ciudadanos no gobernasen quedó resuelta en cierto modo la semana pasada, con las elecciones para la secretaría regional de Madrid que dieron un rotundo triunfo a la línea dura de Podemos, la de su líder, frente al tono más moderado y propicio al diálogo y el entendimiento de su número dos, Errejón, que ha afirmado su sometimiento a un resultado que realza el poder y el extremismo de Iglesias.

Por la parte oficial el candidato era Espinar, al que como representante de la tendencia más radical le cayó encima, de rebote, una intensa campaña en contra basada en la venta de una antigua vivienda social a precio poco o nada social. Algo muy visto en todo el país, donde muchos de los viejos pisos construidos por el régimen franquista, barrios y barridas, han sido luego motivo de especulación no solo para particulares sino para instituciones actuales. Por el otro lado estaba Rita Maestre, la polémica edil de la exjuez Carmena, que ha acabado perdiendo aunque los pronósticos internos y externos parecía que se inclinaban hacia a su lado, puro voluntarismo. Igual que se inclinaron por Ciudadanos o Podemos como segundo partido más votado en España y por la señora Clinton en Estados Unidos.

El auge de la línea dura, tanto de izquierdas como de derechas, resulta innegable, pero es que la gente, aquí y en todas partes, está muy harta y el populismo es la lógica consecuencia de una sociedad airada. Sin que el populismo sea malo por sí mismo, como se ha pregonado falsamente de principio a fin, desde el poder establecido. El problema de Podemos es que bajo el auspicio de su líder se pasó de frenada enseguida, y lo que había generado mucha ilusión acabó originando auténtico miedo. En pocos sitios como en España, y es natural mirando a la historia, asustará más la izquierda radical, un remedo de frentepopulismo que seguramente ha tocado techo. No solo fue el no abstenerse para que gobernase el PSOE en febrero, sino su unión con el rancio comunismo de IU, que le hizo perder un millón de votos en junio. Por ese camino no se va a ninguna parte, pues por mal que se esté, en el estado del bienestar nunca serán mayoría los que quieran jugárselo con riesgos y aventuras. El triunfo ahora del equipo de Iglesias en Madrid deja a Podemos justo donde estaba, en el populismo de extrema izquierda.

Y ello, cuando el populismo de extrema derecha lleva a Trump a la presidencia de la nación más poderosa, y cuando ese mismo populismo derechista crece de forma imparable en Europa, con partidos que en Francia, Alemania y Austria, entre otros, se acercan ya al poder aupados por los votos de sociedades opulentas pero ferozmente desencantadas que se inclinan por el cambio práctico, pretendiendo imponer las raíces más hondas de las ideologías conservadoras. En España, si adaptase de frente esa línea dura y ambiciosa, y lograse financiación y estructura, Vox, el partido desgajado del PP, podría explotar la veta populista de la derecha nacionalista y radical, que tiene cabida, con ofrecimientos, como el que ya hace, de acabar con las autonomías y volver al Estado central, que podrían tener muchos apoyos.