Yo tampoco me siento fracasada ni incompleta. Hay más dimensiones que la maternidad, aunque biológicamente hablando, por ahora soy un espécimen fallido". Nunca le hubiera preguntado a mi amiga si se sentía frustrada por desconocer aún lo que supone ser madre, no me hubiera atrevido. Pero la enésima queja pública de Jennifer Aniston desempolvó la conversación.

La actriz americana acababa de confesar en la revista Marie Claire sentirse "avergonzada" ante el permanente examen de su vida personal en los tabloides. En la última década, Aniston solo había conseguido evolucionar de la "ex de Brad Pitt" a "una triste mujer" sin descendencia. Ya en junio, su carta en el Huffington Post se convirtió en una auténtica bandera, al denunciar el "drama" cultural que sufren las mujeres desde niñas, primero por su aspecto físico, después por la expectativa de convertirse en madres. "Somos completas con o sin pareja, con o sin hijos. Tenemos que decidir por nosotras mismas qué es bello en lo que a nuestro cuerpo se refiere", clamaba.

En este tiempo, cada aparición pública de la artista americana, de 47 años, ha venido marcada por la presión y los nervios. "¿Qué tal le ha ido en su última película? ¿Por fin está embarazada? Conteste primero a la segunda cuestión". Así comenzaba cada interrogatorio, al más puro estilo Groucho Marx. Claro que en 2015, Aniston estuvo a punto de zanjar el debate para siempre, colocando su talento por encima incluso de su condición femenina. Tras ganar el primer Globo de Oro como actriz de drama, su nombre sonaba para los Oscar. Halle Berry y Charlize Theron habían triunfado ya con papeles de heroínas desprovistas de maquillaje. Pero su sueño, como el de Michael Keaton ese mismo año, acabó en frustración. Ni el mejor papel de sus vidas sería suficiente para acallar las críticas.

Y decía antes que nunca le habría preguntado a mi amiga por su supuestofiasco porque, en realidad, conocía la respuesta. Coincidíamos en que el hombre abandonó su condición primitiva cuando pintó el primer garabato en una cueva rupestre y, por tanto, podía imaginar esas otras "dimensiones" humanas de las que hablaba. Es más, me confesó sentir "una enorme empatía" por Aniston desde que se había convertido en una especie de estandarte de la "libertad personal" de las mujeres. Paradójico que la Rachel de Friends acabara conquistando el mundo frente a los tabloides, no ya por su talento como actriz, sino por su batalla ante la "cosificación" femenina.